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Dicen que el corazón tiene razones que la razón no puede comprender. Pues algo así ocurre con los debates electorales. ¿Quién gana? ¿El que más espectáculo ofrece a su público o el que más seriedad aplica a sus propuestas? ¿El que miente sin pestañear ... o el que se defiende de la infamia? El turno que corre en el plató, ¿es el de mentir? como confesó Alber Rivera, ¿o es el de convencer? Así que por muchas vueltas que le den al asunto los denominados 'expertos' es difícil dirimir con claridad qué influencia tendrán en el voto los dos debates celebrados. Estoy con aquellos que creen que lo mejor es que ya han pasado y la vida sigue por donde solía. Y es que el componente emocional cuenta mucho en la decisión final del votante y mucho más en una campaña bronca y tensionada al extremo como la vivida. El indeciso quizás solo lo sea a la hora de confesar públicamente su voto y si su disyuntiva es cierta solo duda entre qué dos opciones va a decantarse. Si hacemos caso a la opinión publicada, los mejores son aquellos por los que el medio de comunicación de que se trate ha apostado siempre. Podemos exceptuar la opinión sincera de algunos profesionales y poco más. Así están las cosas en este mundo en el que ya casi nada es lo que parece.

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