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Tanto cuesta aceptar que siendo iguales, todos somos diferentes! Quienes se empeñan en negarlo deben vivir en constante fastidio. Algunos se empeñan en uniformarnos conforme a su propia moral. Apelan a la tradición y a la costumbre para definir lo normal de lo anormal, lo ... tolerable de lo intolerable, negando la diversidad humana intrínseca a nuestra naturaleza. Cada persona vive, ama, piensa, disfruta o se conduele a su manera. Ni la muerte que nos iguala la aceptamos de igual modo. Me pregunto qué hacemos queriendo que los demás se nos parezcan. Eso lleva, como cantaba Brassens, a mirar mal a todo el que vive fuera del rebaño. De enaltecerlo, en oposición al diferente, nace la intolerancia, crece el dogmatismo y florece el odio.
Pero el odio se inculca y el uso de la violencia como recurso disuasorio, también. Negando derechos a las minorías, normalizando la violencia, tolerando o jaleando las agresiones verbales o físicas, tirando a la basura el respeto a los demás se puede terminar dando patadas a un maricón de mierda porque en realidad se niega la libertad. Así pierden algunos su propia dignidad. No hay cólera momentánea que pueda eximir a nadie ni atenuar los delitos de estos salvajes que ponen al otro en la diana. A ser violento, como a leer, también se aprende. Cuando el grupo humano aplaude al que ejerce la violencia no nace una banda de amigos sino una jauría humana.
El asesinato de Samuel Luiz a manos de unos intolerantes, la forma en que fue linchado a golpes hasta morir es de una crueldad obscena y criminal. Detrás del primer energúmeno que apalea a Samuel aparece el grupo protegiendo su comportamiento. Para animar a la bestia sus amigos contribuyen a matarlo propinando patadas de odio a la víctima indefensa. Las jaurías actúan salvajemente. Recuerden aquel 7 de julio de 2016, cuando otra manada violó grupalmente a una joven de 18 años en Pamplona. O como el 6 de abril de este año, en Logroño, Isam Haddour, que solo tenía 34 años y una bicicleta para ir a trabajar, fue asesinado como Samuel, de forma igualmente brutal, por causas que intuimos pero que nunca sabremos. De Isam, tres meses después de su asesinato, ya nadie salvo su familia se acuerda. Mientras los muertos se entierran, sus familiares y las víctimas que sobreviven afrontan como pueden la violencia del recuerdo los demás lavamos nuestra conciencia olvidando.
El odio y la maldad unidos crecen más rápido que el respeto a la dignidad y la libertad de todos, sean como sean, amen a quien amen o vengan de donde vengan. Repudiemos a quienes con su dedo irresponsable señalan al diferente desde una ira irracional y, en este caso, parece que homófoba. La diversidad es tan enriquecedora socialmente que debiera ser suficiente para avergonzar a quienes pretenden limitar la libertad del otro.
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