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Tenemos fama de impuntuales los españoles. Sin embargo, vivimos con prisa, como si el mundo se acabase ya. Vivimos acelerados, intentando anticiparnos a un futuro que, además, nunca está claro que llegue a tiempo. Estamos arrancando el mes de octubre; todavía no ha entrado el ... invierno, aún no hemos pasado el Halloween tan de moda, pero nuestros nervios no esperan. Muchos establecimientos públicos ya se han apresurado a colocar en los exhibidores sus ofertas para Navidad.
Aún faltan casi tres meses y ya se están anunciando por ahí las cenas de fin de año con angulas, que no hay seguridad de que no huyan a Japón, como plato principal, y besugo que todavía está sin pescar. El turrón y el mazapán en sus infinitas variedades ya no será una sorpresa de la Nochebuena. Lo tenemos expuesto en los lugares más visibles de las tiendas, lo mismo que las figuras del nacimiento y las cajitas de papel de colores que colgarán en los árboles de plástico adquiridos en la primavera pasada.
Papá Noel, para no ser menos, imagino que ya estará entrenando a los renos para que lleguen antes que la Lotería. La lotería, por cierto, también quiere adelantarnos la suerte y se ha pasado todo el calor estival colgando sus billetes entre las botellas de licor de los chiringuitos. Estaba uno tan a gusto bebiéndose la caña helada y de pronto el sueño del Gordo viene y nos altera con la imagen de la felicidad del sueño del 'Gordo' con el frío y la nieve invernal.
El Ayuntamiento de Vigo ya hace semanas que ha colocado la iluminación típica de las fiestas. También a los políticos los nervios les traicionan. Las nuevas tecnologías nos tienen mareando en la espera por el 5G, que muchos no sabemos qué es, tal y como si actualmente en los segundos que tarda en encenderse nuestro teléfono móvil nos fuese la vida. Tardar cinco minutos más de los programados en el viaje a Barcelona se convierte en un drama y ganar treinta segundos en un vuelo de Las Palmas un éxito.
Muchos somos impacientes por naturaleza y nunca nos planteamos qué ventajas nos reportan los nervios, marear al mañana, resolverlo todo para anteayer, adelantar acontecimientos... Vivir al día, disfrutando cada amanecer de su sol naciente o de su nubosidad lluviosa. Nada ofrece sorpresa ni interés. Lo que nos preocupa es saber qué tiempo hará la semana próxima, ¿Qué digo la semana próxima? ¡La primavera que vendrá!
Disfrutar del momento es una antigualla de nuestros antepasados. Lo nuestro es anticiparnos; el presente no existe, es pasado, y el futuro no se espera, se anticipa. Comeremos turrón a destiempo, brindaremos por un nuevo año en el puente de la Constitución y los niños no sentirán la emoción de los Reyes porque cuando lleguen sus juguetes estarán obsoletos. Habrá que adelantar los relojes y pasar deprisa las hojas del calendario. De otra forma siempre viviremos en el pasado.
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