Vivir en el más o menos

El texto va y viene, al hilo de impresiones particulares que el escritor recoge en lugares variopintos, desde solitarios parajes suecos hasta el pueblo griego de su niñez al que vuelve muchos años después de haber emigrado a Suecia. Y sin embargo, con esa proverbial y elegante sencillez que es la marca de la casa del autor grecosueco –definámoslo así–, no pierde ocasión de dejar caer algunas cargas de profundidad que al lector español de hoy, asediado cotidianamente por el fervor compulsivo de identidades diversas y a menudo iracundas, no pueden dejar de arrancarle una sonrisa, alguna vez amarga, pero siempre saludable.

«Al final, ni la verdad sobre nuestra vida ni nuestra historia nos pertenecen», afirma Kallifatides, a la luz de su experiencia vital de extranjero en Suecia que acaba siendo también extraño en su tierra natal. Y añade: «Vivimos en el espacio del más o menos, y ese más o menos debería hacernos más atentos y más indulgentes». La desgracia que nos traen los guardianes de todas las esencias, esos que deniegan el permiso para pertenecer a una comunidad a quien no reúne ciertos requisitos –incluso si vive en ella desde su nacimiento–, la identifica el autor con «esa necesidad fatídica que tenemos de entender el caballo blanco de la verdad» y que «nos empuja a ponernos armaduras cada vez más pesadas, hechas de opiniones y de puntos de vista», con las que acabamos tragándonos «mentiras nuevas y más grandes». Corren malos tiempos para quienes aceptan vivir en el más o menos, pero esa indeterminación comprensiva, esa indulgencia atenta que postula Kallifatides es lo único que puede salvarnos de los expedidores de certezas, fallidos apóstoles de la verdad, que a la postre solo aciertan a ser un incordio para el prójimo.