Como si viviéramos en casas de cristal
Es preocupante ese simulacro existencial tan posmoderno que perpetramos en las redes sin pensar en los riesgos que corremos con tanta transparencia
REBECA PARDO
Viernes, 29 de julio 2022, 21:30
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REBECA PARDO
Viernes, 29 de julio 2022, 21:30
Los periódicos se hicieron eco en 2012 de que el artista chino Ai WeiWei se expuso 24 horas ante las cuatro cámaras que conectó en ... su casa. Lo hizo para protestar por la vigilancia a la que, al parecer, era sometido por la policía, que habría instalado dispositivos de monitorización en su calle. Esta es probablemente una de las mayores subversiones de la vigilancia a través de la autovigilancia y la exposición de la intimidad que se han planteado en el panorama artístico. La persona controlada ejerce su libertad haciendo «transparentes» los muros y compartiendo su intimidad. Más allá de la inteligencia de la respuesta el acto en sí fue cuando menos inquietante hasta el punto que su web fue clausurada.
Quizás para comprender cómo se puede subvertir el acto de ser mirado desde la autoexposición, sea apropiado recurrir a Jean Baudrillard que, en 'El crimen perfecto', habla del exceso de hiperrepresentación como ultrarrealidad. Como bien explica este autor, al confrontar algo con su exceso es muy difícil que se mantenga el sentido original. Efectivamente, incluso la finalidad de la vigilancia se pierde cuando las sombras se subvierten iluminando todos los rincones de la propia vida hasta devenir en un ser transparente. Sin embargo, ¿somos conscientes de los riesgos que implica esta sobre-exposición de la propia intimidad?
La intimidad ya no es lo que era, pero no parece que hayamos tomado conciencia de todas las implicaciones que tiene su inquietante evolución. Aún recuerdo el impacto que me produjo la primera vez que escuché horas de conversación por móvil del pasajero que viajaba detrás de mí en un autobús. Los detalles de la intimidad expuestos sin pudor me dejaron atónita. Hoy me temo que soy yo la que habla por teléfono de temas privados en plena calle o en un medio de transporte. De hecho, quizás cada vez tenemos menos intimidad y más extimidad (término con el que se hace referencia a esa intimidad que compartimos y miramos desde o en lugares públicos, que es donde abrimos whatsapp, Instagram...).
Las cámaras en los smartphones han sumado puntos a este pequeño gran drama del primer mundo llevando a extremos antes impensables cuestiones como la visibilización de la cotidianeidad, la impostura y el interés que puede despertar lo anodino. Pero mientras nos preocupamos por construir la imagen que nos dará más 'likes' nos olvidamos de todo lo que mostramos. Y, con frecuencia, es mucho. En los últimos tiempos abundan las exposiciones y publicaciones que denuncian los problemas que implica la constante presencia de cámaras en nuestro día a día: desde cámaras de vigilancia de edificios a cámaras (y micros) de ciudadanos anónimos. La información particular abunda para todo aquel que sepa utilizarla... y no siempre se hace buen uso de ella.
En pleno periodo de vacaciones, creo que es momento de plantearnos las implicaciones de todo esto. Al menos, lo que esta transparencia deja ver a quienes son amigos de lo ajeno o acechan la vulnerabilidad. Recientemente algunos 'influencers' han sufrido robos durante una ausencia de casa y las autoridades advierten de los riesgos que implica compartir los lujos, los regalos, las imágenes en las que mostramos, además de lo que tenemos de valor, dónde están puertas, ventanas, alarmas... y hasta informamos sobre si hay un perro, cómo se llama y cuál es su chuche preferida o su horario de siesta.
Sería bueno plantearnos si debemos o no compartir en redes que no estaremos en casa equis días porque estamos de vacaciones, sobre todo si hemos enseñado las cosas que dejamos allí sin vigilancia durante ese tiempo. Quizás otro exceso, el de la inmediatez, está sobrevalorado y se pueden compartir imágenes del viaje al regresar, por ejemplo. O guardar nuestras vivencias para nosotros mismos en un ataque de rebeldía recalcitrante.
Es muy curioso. En España tenemos persianas y cortinas para protegernos de la mirada de los vecinos (otras culturas no las usan) y, sin embargo, hace tiempo que mostramos abiertamente lo que hay detrás de esos visillos a través de nuestras imágenes. Me preocupa este simulacro existencial tan posmoderno y tan delirante que perpetramos en las redes sin pensar demasiado en los riesgos que corremos con tanta transparencia. ¿Qué precauciones tomamos con nuestra vida en las redes? Antes de salir de casa por vacaciones revisaremos las persianas, la luz, el agua, incluso quizás activemos una alarma, y lo publicaremos, quizás retransmitiendo en directo... como si viviésemos en casas de cristal.
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