Días atrás leía una noticia sobre una señora ya mayor ingresada en un hospital con coronavirus. Se pone bien la mujer y la mandan a casa. ¿A casa? Se la encuentra con unos okupas dentro que no ha habido manera de echarlos a la calle. ¿ ... Resultado? A casa de una amiga y esperar a ver qué pasa. Y lo que pasa es que los caraduras ladrones saldrán del piso cuando se les ponga. Esto de los okupas se resolverá cuando haya algún temerario que se meta de rondón en un casoplón de los que disfrutan los/as que han aprobado las leyes que amparan tales conductas.
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Es cierto que nuestra Constitución en el artículo 47 dice que «todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada y que los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán normas para hacer efectivo este derecho». Esto ha hecho pensar a algunos que por el simple existir tienen derecho a una casa por el morro y que si no la pueden adquirir por las buenas lo harán por las malas. Como si el derecho del que habla nuestra Carta Magna fuese una varita mágica que permite elegir el piso o la casa que uno quiera, meterse en ella forzándola, ocuparla, destrozarla y a la postre, previa mediación judicial –siempre tardía– abandonarla. Todo esto no es de recibo, se diga lo que se diga.
Es cierto que hay un número considerable de mendigos –y lo saben muy bien los expertos y los que intentan ayudarles– que han llegado a esa situación por muchas circunstancias, injusticias, mala cabeza, adicciones, etc. Yo he hablado con un buen número de los que malviven en distintas partes de la ciudad y me da la impresión de que difícilmente saldrán del charco en el que están metidos. De ahí toda mi admiración para aquellos que entregan su tiempo y sus recursos para mitigar esta pobreza crónica y extrema de los 'sin techo'.
No cabe duda de que vivir en la calle es uno de los mayores dramas que le puede tocar a una persona. Despojado de un techo que asegure calor, protección, que permita construir su vida, su familia, su red de amistades, asearse y empezar cada día de nuevo y con nueva ilusión. Carecer de una casa es a todas luces una tragedia. De ahí la importancia de que los gobiernos, central, autonómico, local, pongan todo su saber y su querer en hacer realidad ese «derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada» del que habla la Constitución, y que no quede en una pura utopía o en una milonga, que dicen los chavales. El Estado no tiene por qué regalar nada, ni a los jóvenes de 18 años ni a nadie. Pero sí poner los medios legales y económicos para que cada español pueda conseguir su propia casa con su trabajo y que nadie se la quite injustamente.
La semana pasada y a iniciativa del Papa, ayudado por algunas instituciones de Roma, instalaron en la plaza de San Pedro del Vaticano un centro cardiológico móvil para que los sin techo tengan acceso gratis a él. Recibe el nombre de 'Las calles del corazón' y también pretende prestar un servicio de medicina general. Francisco ha manifestado en múltiples ocasiones su cercanía con los sin techo especialmente en el tiempo tan duro de la pandemia. En concreto, pidió la intercesión de santa Teresa de Calcuta –la monja albanesa que tanto ayudó a los pobres y necesitados– para «que despierte en nosotros un sentido de cercanía a tantas personas que en la sociedad, en la vida normal, viven escondidas como los sin techo». Tengo la impresión –y puedo estar equivocado– de que cuando vemos a alguien pidiendo en la calle con la frialdad del que ve las estatuas de 'los espaldas mojadas' o la parada del autobús o una oficina de correos; si esto lo vemos como normal, algo, y algo muy importante, estamos haciendo fatal. Para pensarlo.
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