Con el grito de '¡Viva la Pepa!' comenzaba y acababa la maniobra estrella de un alumno mío extremeño. La maniobra consistía en desbaratar las ordenadas cajas de puzles, volcando sus piezas, en un santiamén, al menor descuido del maestro de turno. Estábamos en Hornachos, en ... 5º de Primaria. Habíamos hecho acopio de puzles y rompecabezas para seguir estimulando la concepción espacial del alumnado, algo tan útil para las matemáticas como para la vida. Él lograba, de un golpe, desparramar todos los segmentos. Casi daban ganas de gritar ¡¡bingo!!, porque conseguía un completo a la primera.

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Era el tiempo de las encinas, los mamelucos y los tajaminas. Hoy, a ese chico, le pondrían siglas llamativas para decirle desatento e impulsivo, allí, espabilavientos.

En uno de estos días más tranquilos, me contó que aprendió la expresión de su abuelo y este del suyo.

Ya sabemos –aunque no todos los historiadores son unánimes– que ese '¡Viva la Pepa!' era el grito con el que los liberales españoles proclamaban su adhesión a la Constitución de Cádiz, promulgada el 19 de marzo de 1812, festividad de San José. La vinculación entre el nombre y la frase es bien sencilla, puesto que solemos llamar cariñosamente a los José, Pepe, al ser femenina la Constitución, popularmente se le vino a denominar la Pepa.

Seguramente, la gran notoriedad que tuvo ese grito lo convirtió en el primer lema político de la Edad Contemporánea. Un lema que, posiblemente por una visión despectiva por parte de los políticos y personas de tendencia no liberal, o del pueblo en general, se desacreditó, empleándose para referirse a cualquier situación de barullo o desgobierno.

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De tal modo que hoy mismo cuando decimos de alguien que es un '¡Viva la Pepa!', hacemos referencia a que es una persona despreocupada, irresponsable, displicente. Cuando decimos que algo es '¡Viva la Pepa!' hacemos alusión a que es un desbarajuste, un manga por hombro, un desmadre.

Los '¡Viva la Pepa!' del alumno hornachego son una pequeña metáfora de los que estamos viviendo: donde unos corren a divertirse a escondidas, o a países extranjeros; otros esconden estadísticas, o desconfían de la ciencia y de la investigación, quizá porque la política lo enturbia todo. Los políticos pasan el tiempo de campaña electoral sin atender las necesidades de los que hasta ahí les llevaron; o bailotean al juego de las sillas, o se insultan como ya no lo hacen ni los niños. Los tres o cuatro que parecen congruentes intentan poner orden en el caos, como lo intentábamos los maestros: enseñando a montar y organizar los puzles, y a realizar otras actividades no destructivas y sí participativas para todos. A cumplir primero con el deber y luego con la diversión sin fastidiar a los otros. Y después, sí, todos a saltar, bailar y gritar: «¡Viva la Pepa!».

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