Septiembre es el principio del curso y el fin del verano, el alfa y el omega, la Nochevieja y el día de Año Nuevo en manga corta, todo en uno. Pero, este año, es más septiembre que nunca, por mucho que se empeñen en alargar ... unas vacaciones que ya no existen: recibo un correo donde me invitan a disfrutar de experiencias únicas durante este mes para superar la depresión posvacacional, como ir a la Mercedes-Benz Fashion Week. Mira, es bastante probable que viendo desfilar a muchachas esqueléticas con ropa que ni me puedo comprar ni me puedo poner no solo no supere la depresión posvacacional, sino que me entre la depresión vital.

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Según está la cosa, la experiencia única que vamos a vivir es pagar una tapa a precios de Diverxo. Este es otro invierno de nuestro descontento, y ya no sé ni cuántos llevamos a la chepa: la amenaza de congelarnos como un huérfano de Dickens nos aprieta a todos y ahoga a muchos, a demasiados. El verano ha sido el último festín antes de que lleguen las vacas flacas y frioleras: playas hasta la bandera y chiringuitos sin hueco alguno donde refugiarte del sol y tomarte una caña. Oliéndonos la tostada, hemos quemado los últimos cartuchos poniéndonos hasta las patas, como los protagonistas de 'La gran comilona', de Marco Ferreri.

Y eso los que somos de clase media. Espera, que leo que la clase media no existe, que es un invento de la derecha para acabar con la conciencia obrera. Vaya. Pues se ve que a González Sinde se le olvidó aquello cuando tituló su película 'Viva la clase media'. Y Sánchez, para terminar de liarla, se ha inventado lo de la 'clase media trabajadora'. Como le decía Paca Carmona a Lauren Castigo: «Yo sé que tú hablas, pero no te entiendo ná, Lauren». Pues eso.

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