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Días pasados, unos visitantes ilustres alborotaban la ciudad con su estimulante presencia y revolvían las vías urbanas con saturaciones y atascos sin urgencia de autoridad, eso se arregla solo en unos minutillos. Los minutillos siempre medran y quien no sabe qué o a qué hora ... es el espectáculo acaricia el móvil con el ansia de pedirle a Aladino que el olmo del tráfico dé perlas, o sea, paso. El brillo de la carcasa se vuelve espejito mágico «espejito, espejito, ¿quiénes son esos?» El apelotonamiento de coches retiembla cuando algo como alado se cuela, puesto a puesto, empujado hacia adelante por la viril y patriótica voz de Manolo Escobar, izado y aupado sobre un despliegue de alas verdes, hasta aterrizar entre mi auto tortuga y el semáforo a punto de cambiar de partido. La avioneta es un todo camino superpoblado de pilotos y copilotos armados de trapillos teñidos de engañosa esperanza. El sarpullido vegetal volandero es el polen de esta primavera de precampañas electorales, con sus secuelas de campañas, recidivas de precampañas, colaterales campañas que tiran porque así toca, hasta que cuaje la cosecha de desahucios postelectorales y retoñen las campañas de tratos, trucos y pactos.
Los conductores atascados, cabreados pero a claxon mudo, no fuera municipal el conductor de delante, clavados al asfalto, esperan que se haga la luz verde de vidrio ecológico. El biomotor revolotea, sus ocupantes miran fijamente a los ojos de todos, amedrentan a las carrocerías paralelas como con ansia de incrustarse en ellas antes de incrustarse en las urnas. Puf, qué susto.
Casi parecía un día después cuando se dinamizó el semáforo y cambió de bandera. Con los ojos derrotados por el esfuerzo de hipnotizar la matrícula del pegaso induciéndole a la huida se me grabaron las letras de su matrícula. Las tecleé enseguida, por terapia contra la desmemoria, y al primer capón al teclado saltó como una flecha JEJEJE. Como suena, o sea, como se lee. Se reía de mí, sólo era una broma. Comprendí el hecho informático de que el corrector es un lorito, aprende por repetición, la letra con guasá entra, y sin lógica, pero con tecnológica pura, había contrachapado en su diccionario el último suspiro que se le había confiado. JEJEJE es la manera más cómoda de menospreciar sin molestar la inundación de vídeos gratis y sin amore, chistes virales, patógenos, coñas y roñas que suponen el más insólito e incomprensible avance de la humanidad desde que se largaron los neandertales ¿Volverán? Sosegado el ordenador, la respuesta correcta era JZJ. Me dio que era una señal, una contraseña, una clave secreta, una llamada, ya saben «oigo voces, veo muertos», y despertó al galope mi sexto sentido. Lo descifré enseguida: la J es la V del anda jaleo, jaleo del Vito Vito, producto de un pasional enamoramiento andaluz; la Z es el zero latino clásico, que el tiempo relaja, como las costumbres, y queda en O mayúscula, enorme. La última J cuál iba a ser sino la de Ximena, de Vivar o de Cangas, a uno o dos paseos saludables de la Santina de don Pelayo. La VOX del más allá que anda suelta por acá.
Los números carecían de misterio, irrelevantes por cantidad, ni dan para una cuenta corriente ni para medio diputado ni para contar los años de retroceso que ese paso firme y marcial anuncia desde el fragor de sus cavernas. Estamos a dos votos de recuperar la una, grande y libre yihad caudillista. Lo dicen sus encuestas, lo vocean tan alto, con tanto ardor guerrero y búsqueda tan ansiosa de dar la cara al sol que según escribo estas líneas algo explota y me rompe medio tímpano. Miro al ordenador, «¿has sido tú?» El ordenador me mira, «yo no he sido». Ha sido un cortocircuito, un flechazo atravesado por un yugo, otro presentimiento. Así que para tener la fiesta en paz ambos nos ponemos a llorar a terabites y mocos tendidos, que eso relaja mucho.
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