Percibí que era una experiencia que había vivido hace un buen puñado de años. En aquella fila, mi mente me regaló un viaje inesperado al pasado: uno en el que estaba aterida con mis dos hijos entusiasmados esperando para entrar en Las Gaunas a recibir ... a los Reyes Magos. Una mezcla de nervios y de frío que les hacía mover los pies en un baile involuntario, pero necesario, para ir dando salida a la adrenalina que provocaba que sus corazones latiesen como los de los caballos al acercarse el aterrizaje del helicóptero de sus Majestades.

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Sí. Este 8 de abril observé las mismas emociones de la víspera del día del año más feliz para los niños. Esta vez, mocetes de 80 años en adelante estremecidos porque, por fin, tras un largo año de espera, iban a recibir el regalo más deseado: la vacuna anti COVID. No hacía tanto frío como en enero, obvio, pero el aire golpea siempre junto al Ebro. Circunstancia inadvertida para aquellos mayores: la espera en esa hilera que avanzaba lenta, pero sin parones, les daba acceso a un batallón de miembros de Protección Civil, Cruz Roja y enfermeros, que tenían la entrega de tan preciados obsequios muy, muy organizada.

¿Que bastantes abuelos se adelantaron a la hora de la cita? ¿Cómo decirles a los pequeños que no hace falta ir a las 7 de la mañana del 5 de enero al campo de fútbol? Por cierto, presidente Sánchez, intuyo que lo que pasa en Madrid es lo mismo que ocurre aquí, no respetar la hora de citación, como ha explicado el Gobierno regional. Y la demagogia sólo merece carbón.

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