Mis visitas al Pilar
ANÁLISIS ·
Mi cariño por la Virgen del Pilar lo aprendí de mi familia y de muchas con las que he convivido en aquellos viejos cuarteles de la Guardia CivilSecciones
Servicios
Destacamos
ANÁLISIS ·
Mi cariño por la Virgen del Pilar lo aprendí de mi familia y de muchas con las que he convivido en aquellos viejos cuarteles de la Guardia CivilSoy riojano de pura cepa, y quiero con toda mi alma a la Virgen de Valvanera. Admiro algunas cosas de los catalanes, y venero a la Virgen de Monserrat. Tengo en mucho aprecio a los asturianos, y las pocas veces que he estado en Covadonga ... he vuelto fortalecido en mi fe. Los andaluces tienen un salero que me fascina, y en las dos ocasiones que he ido al Rocío en romería con algún cura de Huelva me he sentido rejuvenecido. Lo mismo afirmo de la Virgen de los Desamparados y Valencia. Sin embargo, lo del Pilar y Zaragoza es punto y aparte.
Mi cariño por la Virgen del Pilar lo he aprendido de mi familia y de las muchas familias con las que he convivido en aquellos viejos cuarteles de la Guardia Civil en nuestros pueblos de la España vacía. En aquellos cuarteles –destacaría el ya desaparecido de El Villar de Arnedo– aprendí la gran lección del compañerismo, del respeto, de la disciplina y una gran devoción a la Virgen del Pilar. Aún recuerdo una imagencita que había a la entrada del cuartel. El día del Pilar, los hijos de los guardias llevábamos en procesión por el pueblo las andas con la Pilarica encima, los guardias de gala y el pueblo detrás cantando aquello tan hermoso que decía «Luz hermosa, claro día, que la tierra aragonesa te dignaste visitar.». En ese pueblo aprendí yo a amar la 'Pilarica'.
Pilarica, nombre entrañable y audaz que los mañicos convirtieron en el mejor piropo que yo he escuchado y aprendido para con esa madre guapa y buena que es la Virgen María. Yo he estado en la basílica del Pilar muchas veces. Sólo, con mi familia, con curas, con jóvenes, con enfermos. He visto el templo siempre lleno. He vivido el sacramento de la Reconciliación en esos confesionarios siempre atendidos y siempre solicitados.
He pasado a honrar, como un peregrino más, el pilar de la Virgen, desgastado a besos. He contemplado, desagraviando por dentro, las tres bombas que los republicanos lanzaron sobre el tejado de la basílica y que no explotaron –gracias a Dios y a la Virgen– en el año 36. He asistido en ese mismo templo a varias consagraciones de obispos que luego han sido nuestros en La Rioja. Y, sobre todo, guardo un recuerdo en mi corazón de dos visitas que hice a la Virgen en los años 1982 y 1984.
Me detengo en estas dos fechas ya que tuvieron la particularidad de la presencia del Papa en el Pilar, del único Papa que a lo largo de la historia lo ha visitado siendo Papa. Me refiero al gran peregrino que fue san Juan Pablo II. De sus 104 viajes apostólicos –nunca fue a los sitios a hacer turismo– dos hizo a España. En noviembre del 82 llegó a Zaragoza, donde se encontró con los niños en la Romareda, con los enfermos en la explanada aneja y de allí se trasladó al Pilar donde veneró su columna y oró largo rato en la Santa Capilla. Yo estaba allí y me emocioné viendo los ojos del Papa puestos en la imagen. Toda una lección de cariño.
Y ya en octubre del 84, con ocasión del V Centenario del descubrimiento y evangelización de América, el Papa san Juan Pablo II hizo escala en Zaragoza en su viaje a la República Dominicana y Puerto Rico. Después de visitar a la Virgen, a los niños y a los enfermos, y en el entorno de una liturgia muy sugerente, «el Papa agradeció la misión evangelizadora realizada por España en Iberoamérica y nos convocó a los españoles a ser muy fieles a nuestra historia de fe». Yo personalmente agradecí esas palabras estimuladoras de Juan Pablo II en un tiempo en el que la memoria histórica se ha convertido en un mero juego sectario de intereses partidistas. Y eso no vale.
Ha habido más visitas al Pilar. No sé si habrá otras en adelante. Siempre me quedará la alegría y la satisfacción de haber pasado por un lugar donde la Virgen se apareció en carne mortal hace dos mil años. Y ese orgullo no me lo quitará nadie.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.