Imagen del cementerio de Logroño. J. RODRÍGUEZ

De visita al cementerio

IGLESIA ·

Recuerdo que las tapias del camposanto logroñés mostraban buena parte de 'Las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre'

Domingo, 14 de noviembre 2021, 01:00

Debo decir que yo adquirí la costumbre de pasar al otro lado del Ebro a rezar en el cementerio allá por los años cincuenta-sesenta siendo seminarista. Y la razón es muy sencilla de comprender para todo aquel que tenga un mínimo de buena voluntad. ... Y el que no comprenda, pues allá cuidados, que dicen en los pueblos.

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Mi abuela Vicenta, a la que yo cito con más frecuencia y con más tesón que a los más sesudos santos padres de la Iglesia, me solía decir en mis años juveniles, y cuando me veía inquieto y ansioso por sacar las mejores notas en la escuela de mi pueblo, en el seminario, en la universidad, me decía ella, mujer sin apenas conocimientos pero dotada de una gran sabiduría que nace de la bondad del corazón, del amor a Dios y del sentido común: «Mira, hijo, la única lección que te tienes que aprender, te insisto, la única es vivir en gracia de Dios y morir en gracia de Dios. Todo lo demás te servirá de muy poco».

Aquella buena mujer nos recitaba a todos los nietos aquellos versos que son el jugo de toda la sabiduría y que siempre he tenido a la vista: «La ciencia más acabada es que el hombre en gracia acabe, pues al fin de la jornada, aquel que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada» (coplilla de nuestros grandes clásicos). Mi abuela no sabía de quién era, pero le daba igual. Fue el norte de su vida y así nos lo enseñó a todos.

«Rezar y pasear por el cementerio es una auténtica gozada. Las mejores verdades de la vida se aprenden allí»

Yo recuerdo de chaval que las tapias de nuestro hermoso cementerio de Logroño mostraban buena parte de esa obra capital de la literatura medieval que son 'Las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre'. ¿Quién no ha meditado nunca aquello tan sabido y tan sentido de «recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando»?

En el cementerio hay silencio, recogimiento, y mucha limpieza, gracias al buen trabajo de los hermanos fossores y de los funcionarios del ayuntamiento. Y gracias a que los familiares, todos, ponen mucho interés en que todo esté limpio y con buen gusto. Los fossores ayudan en los entierros, consuelan a los familiares, cuidan las sepulturas y, sobre todo, rezan por todos.

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Me cuentan los que viajan por el mundo mundial que hay cementerios que son un auténtico atractivo turístico por su originalidad, por su arte o por las extravagancias a las que somos muy aficionados los humanos. Por tanto, para ser visitados hay que pagar un canon. Y así nos va.

¿Por quién o por quiénes rezo yo en el cementerio? Por descontado que por mis familiares y amigos más allegados. Y por los curas. Más de un centenar están enterrados en un panteón en el que también me enterrarán a mí. Contemplarlo de cerca me da mucha paz. Para que se hagan una idea, hace cuatro días mostré el panteón a unos sobrinos nietos, niños todos ellos. Y la más pequeña preguntó con una vocecita que a mí siempre me desarma: «Tío, ¿y qué vas a hacer tú metido ahí dentro?». La mejor pregunta que me hizo nadie ese día.

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Nunca falta mi visita a la tumba que recuerda a los militares que murieron ahogados debajo del Puente de Piedra. Ninguno sabría nadar porque en los pueblos por aquellos entonces nadie tenía posibilidad ni de nadar ni de casi nada. Siempre, conmovido, voy a rezar por ellos y por la forma angustiosa en que acabaron todos en plena juventud.

Rezar y pasear por el cementerio es una auténtica gozada. Las mejores verdades de la vida se aprenden allí. No lo duden.

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