El asesinato de un niño de 11 años en la localidad valenciana de Sueca, apuñalado con saña por su propio padre para castigar a la madre a la que había maltratado y que había decidido separarse de él, ha vuelto a sacudir al conjunto de ... la sociedad que se estremece con los feminicidios y que empieza a concienciarse ahora de la amenaza que representa la violencia vicaria. Una tipología del sexismo más atroz que resulta particularmente sobrecogedora, porque no satisfechos con someter a tormento físico y psicológico a sus parejas, los agresores optan por redoblar el padecimiento hasta lo inasumible por la vía de atacar a sus hijos. Hijos, en muchos casos menores, que son los suyos también, por lo que resulta diabólico que un padre ejecute a quienes son sangre de su sangre, indefensos y vulnerables, con el único objetivo de arruinar la existencia de las madres a las que arrebatan lo que más quieren. La devastación es incalcuble, porque si las víctimas de malos tratos arrastran consigo la carga de la culpa que les inoculan sus verdugos –día a día, golpe a golpe, insulto a insulto–, ese sentimiento corrosivo se multiplica exponencialmente cuando para hacerles daño a ellas, los atacados son sus hijos. Por ello, urge que los mecanismos de prevención detecten –y eviten– que la subordinación tóxica que impone la violencia machista a las que la sufren no sea tan poderosa como para dejarlas desprotegidas; a ellas y a sus hijos.

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Esta sociedad y sus instituciones no pueden permitirse cargar responsabilidades en las mujeres maltratadas cuando siguen siendo las que más denuncian pese al calvario que eso implica en no pocos casos; y cuando la ley ha permitido, hasta no hace tanto, que los asesinos y agresores pudieran seguir tutelando a sus hijos, como si el sexismo que ataca fuera compatible con una paternidad cuidadora, afectuosa y normalizada. La madre de Sueca llevó a su hijo a la casa del homicida, sí, pero antes habían fallado escandalosamente todas las alertas que deberían estar afinadas a estas alturas del combate contra la violencia machista: desde la concienciación social que blinde a las víctimas frente a sus eventuales flaquezas, a la descoordinación entre dos juzgados por la cual el que lleva las condiciones del divorcio desconocía el precedente de la condena por maltrato. La vicaria supone violencia sobre violencia, en una extensión del riesgo y del daño que exige, también, que no se la relativice políticamente catalogándola como intrafamiliar.

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