ILUSTRACIÓN: BEA CRESPO

Violar como incentivo

LA CUARTA ·

En las guerras emerge con toda su fuerza y brutalidad una violencia latente que se alimenta del desprecio hacia la mujer, hacia un cuerpo que debe ser servil, en la paz y en la guerra

La violencia sexual es un denominador común en todas la guerras y Ucrania no es una excepción. El pasado 5 de marzo el ministro de exteriores de Ucrania, Dmytro Kuleba, denunció por primera vez que las tropas rusas estaban abusando sexualmente de mujeres ucranianas en ... las ciudades ocupadas. El 29 de marzo la Comisión Europea advertía que se han constatado casos de violaciones por parte de soldados rusos y la representante de Interior en el Parlamento Europeo, Ilva Johansson, lo confirmaba. Según Johansson, «parece» que a las tropas rusas se les ha dado como incentivo poder violar a las mujeres ucranianas impunemente. Es pronto para saber hasta qué punto esta afirmación tan escalofriante corresponde a una realidad verificable. ¿Puede ser cierto que en 2022 la violación sistemática de mujeres sea un incentivo para un ejército? Por mucho que pueda horrorizarnos, me temo que la respuesta es, tristemente, afirmativa. Podríamos remontarnos a las violaciones de mujeres por parte del ejército soviético –se calcula que entre 95.000 y 130.000 mujeres víctimas de violaciones fueron tratadas solo en dos hospitales de Berlín tras la caída del régimen nazi– pero esto nos haría pensar que la violencia sexual como arma de guerra es cuestión del pasado cuando en realidad ha sido una constante en todas las guerras contemporáneas.

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Así nos lo recuerda el Premio Nobel de la Paz, Denis Mukwege, en su libro 'La fuerza de las mujeres' (Galaxia Gutenberg, 2022), donde hace un doble recorrido: por su trayectoria como médico que se acaba especializando en tratar a mujeres víctimas de violencia sexual, convirtiéndose en un activista en su defensa, y por la historia conflictiva del Congo oriental en el marco geopolítico y económico global. En este sentido, Mukwege analiza la especificidad de la violencia contra las mujeres en el Congo pero la relaciona con otros casos, desde su vecina Ruanda a la lejana Ucrania. No es que Mukwege viera el futuro cuando estaba escribiendo este libro, sino que la violencia sexual contra las mujeres como arma de guerra no es nueva en Ucrania. Lleva siendo un problema desde por lo menos 2014, cuando comenzó el conflicto armado en la zona oriental del país. En 2019 el doctor Mukwege conoció a Iryna Dovgan, una mujer ucraniana superviviente de torturas y abusos. Iryna fue acusada de espionaje por parte de los rebeldes prorusos y, tras ser interrogada y torturada, la ataron a una farola con un cartel que invitaba a los transeúntes a agredirla. La imagen de otra mujer sonriente propinándole una patada se hizo viral y en su momento desató una ola de indignación que fue tan explosiva como breve. Iryna sobrevivió y se unió a la plataforma de Denis Mukwege en defensa de las supervivientes de violencia sexual. Llevó el caso de las mujeres ucranianas a Oslo, donde habló de las violaciones y abusos generalizados que desde 2014 se daban en los territorios en disputa con las guerrillas separatistas prorrusas. En 2017 una investigación de la Misión de Vigilancia de los Derechos Humanos de la ONU encontró pruebas sustanciales de abusos sexuales en los centros de detención de las fuerzas rebeldes. Oksana Pokalchuck, directora de Amnistía Internacional en Ucrania, afirmaba en 2019 que en los territorios controlados por la guerrilla era muy difícil conseguir información sobre violencia sexual contra mujeres, pero existen numerosos testimonios como los de Iryna que coinciden en el modus operandi: detención ilegal de mujeres acusadas de espías, torturas, violaciones y escarnio público. Todo ello ocurrió antes de la invasión rusa.

Como señala Mukwege, la forma en que se trata a las mujeres durante las guerras es una manifestación explícita de la violencia infligida contra ellas en el ámbito privado y en tiempos de paz. Es decir, en las guerras emerge con toda su fuerza y brutalidad una violencia latente que se alimenta del desprecio hacia la vida de la mujer, hacia un cuerpo que debe ser servil, en la paz y en la guerra. La violación sistemática de mujeres en el conflicto congoleño no es el producto de psicópatas asesinos, sino una decisión deliberada y consciente. Según el autor, esa violencia se ha ejercido durante veinticinco años por razones cambiantes pero relacionadas. Al principio, fueron las tropas ruandesas invasoras las que trajeron consigo las prácticas genocidas del conflicto étnico entre hutus y tutsis. Unas prácticas que consistían en mutilaciones genitales, esclavitud sexual, violaciones públicas, delante de maridos, padres e hijos. La brutalidad no se agotaba en la violación múltiple y la esclavitud sexual prolongada sino que culminaba con un disparo dentro de la vagina, con el desgarro provocado por cuchillos o bayonetas o las quemaduras hechas con trozos de plástico hirviendo. La violencia sexual era una táctica deliberada que se empleaba como limpieza étnica, como destrucción de la mujer y, con ella, la de su comunidad. La misma violencia contra las mujeres congoleñas continuó como forma de controlar a las poblaciones durante la Primera y la Segunda Guerra del Congo (entre 1996 y 1998) durante las cuales se hizo también común el reclutamiento forzoso de niños soldado. Estos niños aprendieron las mismas prácticas: primero fueron testigos de la violencia contra las mujeres de sus familias, muchos incluso fueron obligados a ser sus verdugos, y después crecieron ejerciendo la violencia de forma continua y metódica. A pesar de que la paz se firmó en 2002, los conflictos han continuado, en buena medida por intereses económicos. Un estudio de 2011 señalaba que cada año eran violadas más de cuatrocientas mil mujeres en el Congo. En los últimos años la violencia sexual se usa para expulsar a las poblaciones que viven en los lugares de extracción de las materias primas más codiciadas en occidente: el coltán y la casiterita para la producción de nuestros teléfonos y ordenadores o el oro y los diamantes para nuestras joyas. «La violación forma parte de ese proceso de explotación despiadada», señala Mukwege.

La violencia sexual como arma de guerra es una constante en todos los conflictos contemporáneos

El relato sobre la violencia sexual en el Congo es de unas dimensiones escalofriantes, difícilmente comparables. Aun así, el problema de fondo —cómo la violencia contra la mujer en las guerras no surge de la nada, sino del sustrato machista que la cultiva— lo hace extrapolable a cualquier situación en la que hay un conflicto armado en el que la población civil y sobre todo las mujeres están expuestas. Las mujeres ucranianas del Dombás ya iniciaron la denuncia internacional de crímenes de guerra en forma de abusos sexuales y violaciones sistemáticas desde 2014. ¿Se imaginan lo que estará sucediendo hoy?

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