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El protagonista, y a la vez narrador en primera persona, de 'Montevideo' inicia su relato evocando el viaje que hizo en 1974 a París con la intención de convertirse en «un escritor de los años veinte, estilo generación perdida». Como no podía ser de otra ... manera tratándose de Enrique Vila-Matas, nos encontramos ante un personaje cuyos pasos vitales no parecen tener sentido si no son repetición de los que dio antes un autor de culto. Y, como también es frecuente en la 'narrativa vila-matasana', dicho personaje se rebela ante ese destino. En vez de escribir, y salir de una esterilidad que lo ancló en un libro primerizo escrito durante su servicio militar en Melilla, se dedica a trapichear con drogas, que vende en las diferentes fiestas a las que asiste y en las cuales le gusta anunciar que ha dejado de escribir para que alguien le responda: «¡Pero si tú no escribes!»
La repetición mecánica de una situación, una frase o un pensamiento obsesivo (a menudo fingidamente obsesivo) es otra de las constantes en los textos de Vila-Matas, en los que el logro no consiste en la creación de personajes verosímiles o fascinantes, sino en que el lector vea de forma permanente al autor detrás de ellos, como al artista que asoma la cabeza por encima de las marionetas del guiñol.
De este modo, poco importa que resulte creíble el escritor de esta novela metiéndose a camello en la ciudad del Sena, o su conversación en la Rue Delambre con un viejo chiflado que responde literalmente a uno de los modelos de un esquema que nuestro hombre se ha hecho previamente para bromear sobre la tarea novelística. Lo que importa es la sonrisa metaliteraria que despierte en el lector ese anciano, afirmando que creó el cielo en una parodia de lo que la crítica denomina «el narrador omnisciente».
Es con estos mimbres antitéticos de cualquier realismo con los que el protagonista viaja a Cascais, aprovechando la invitación que le hace un productor portugués al festival de cine de Lisboa, y después al Montevideo que da título a la novela y en el que busca la habitación del Hotel Cervantes en la que se desarrolla un célebre cuento de Julio Cortázar: 'La puerta condenada'.
Tanto la aventura uruguaya que vive físicamente en ese hotel, como la que le abre esa puerta a Reikiavik, a Bogotá, a su propia inexistencia..., están trufadas de referencias literarias (de Valéry, de Steiner, de Bioy Casares...) en las que ese personaje se enreda interminablemente en un periplo turístico que le lleva de vuelta a París y finalmente al paseo San Juan de Barcelona. No podía ser de otra manera.
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