«Estén vigilantes, no caigan en el sueño de la mediocridad»
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Este es en síntesis el mensaje que en la basílica del Vaticano el papa Francisco transmitió a los trece nuevos cardenales creados por él en el último consistorio. De los trece, uno es nacido en España, el arzobispo de Santiago de Chile. Otro de ellos ... ni siquiera es obispo, y lo tendrán que ordenar próximamente. Otro es el arzobispo de Washington DC, afroamericano.
De los 230 cardenales que hay en el mundo al día de hoy, yo he conocido y tratado a cuatro. Uno de ellos ya fallecido, Fernando Sebastián Aguilar, actuó de administrador apostólico de La Rioja siendo él responsable de Pamplona. Es el ejecutivo más eficiente que yo he conocido. Resolvió asuntos peliagudos que llevaban bastante tiempo parados.
De los tres cardenales que viven, a dos traté en el día a día de la Curia en la que yo he trabajado como secretario general. Primero, con Francisco Álvarez Martínez, un trabajador tenaz, ordenado, una cosa detrás de otra, muy cumplidor, un día y otro día, lo mismo daba domingos que días de labor. Con un amor y fidelidad a la Iglesia a prueba de bomba. Gran administrador. Tuvimos alguna discrepancia como es normal en la vida, pero yo le fui fiel hasta el final. En las enfermedades de mi madre se portó como un verdadero amigo. He conocido a pocas personas tan austeras como él, parco hasta el extremo en la comida, en el vestir, en su forma de vida. Jamás le oí quejarse de sus achaques de salud que los padecía como todos.
Debo decir, porque es verdad, que me siento muy orgulloso de haber trabajado durante casi 11 años con el actual arzobispo cardenal de Barcelona, Juan José Omella. Un verdadero pastor que quería a la gente, que se codeaba con todos, ya fuesen curas, frailes, monjas, laicos y laicas de toda condición. Trabajar a su lado fue algo estimulante, animoso, encantador. Sabía buscar en todo y con todos la unidad, el acuerdo, el «tirar siempre para adelante». Tesón de aragonés. Con un sentido positivo de la vida que en él surgía de su unión con Dios en la oración y en la contemplación. Siempre le vi con buena cara, con buen humor, pese a que, como a todo gobernante, los problemas a veces le agobiaban.
Finalmente, ha habido otro cardenal con el que propiamente no he trabajado, pero al que traté entre otras cosas por la vecindad de nuestros pueblos. Se trata de Martínez Somalo, ya retirado de toda actividad. En mis conversaciones con él percibí lo que es un eclesiástico fiel a la Iglesia, fiel al pueblo de Dios, con una asombrosa experiencia de gobierno. Mente abierta a lo grande y a lo pequeño, como podrán atestiguar sus paisanos y muchos riojanos. Don Eduardo, realizó un trabajo impagable en el pontificado de san Juan Pablo II. Un hombre, en suma, que sirvió a la Iglesia con gran lealtad y ejemplaridad.
He encabezado mi escrito de hoy con una petición del papa Francisco a los trece nuevos cardenales, petición que hace referencia a la vigilancia, a la necesidad de estar siempre atentos. Petición que la hago también mía y de mis lectores: todos sin excepción hemos de estar vigilantes; siempre, pero especialmente en este tiempo tan difícil y apremiante que nos ha tocado vivir. Vigilar es labor propia de los pastores, y también de las ovejas. No podemos caer en el sueño de la mediocridad, de la inercia, de la tibieza, de la mundanidad. Hemos de estar vigilantes con la valentía de una conversión continuada. El papa ha dicho a los cardenales que «la fe no es agua que apaga, sino fuego que arde. No es un calmante para los que están estresados, sino una historia de amor para los que están enamorados».
Termino con una sugerencia papal que nos ayudará a todos en este tiempo de pandemia y de preparación para la Navidad. «¿Cómo despertarnos del sueño de la mediocridad? Con la vigilancia de la oración. La oración nos despierta de la tibieza, eleva nuestra mirada hacia lo alto, hacia Dios, nos libra de la soledad y nos lleva a la esperanza. La oración oxigena la vida». Y concluye Francisco con algo tan audaz como lo que sigue: «Así como no se puede vivir sin respirar, tampoco se puede ser cristiano sin rezar». Palabras dirigidas a cardenales, pero válidas para todos. ¡Piénsenlo!
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