Vientos huracanados en Europa del Este
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Esta frase no es mía: se la oí hace cuatro días a un comentarista del TV. Y me dije: «Eso de un viento huracanado suena a destrucción, devastación, catástrofe». Me sorprendo porque en muchas informaciones, comentarios y tertulias televisadas con ocasión de la posible guerra ... en Ucrania (entonces posible, ahora cierta), percibo como un cierto tono de frivolidad, como si se tratara de una serie de ficción que se estuviera montando cara al público, cara al espectador. Más aún, al hablar de un posible, y no solo hipotético, conflicto armado, se olvida a menudo que no se circunscribirá solo a Ucrania: afectará a toda Europa, nos afectará también a todos nosotros.
Ya a finales del mes de enero de este año, el día 26, el papa Francisco pidió a los católicos de todo el mundo que dedicara el día a rezar por la paz. Y nos brindó un texto oracional que sigo rezando todos los días desde entonces en misa.
El líder, como dicen ahora muchos presentadores de la televisión, el líder de 1.300 millones de católicos, describió a los ucranianos como «personas que han sufrido mucha hambre, que han sufrido muchas crueldades».
Dicen los historiadores que cinco millones de ucranianos fueron aniquilados durante la II Guerra mundial y en la era soviética de Stalin. Cifras estremecedoras.
En la oración que nos sugería el papa para pedir la paz para Ucrania y para el mundo, hablaba de la preocupación que siente toda la humanidad ante la amenaza que se nos viene encima. Francisco pensaba –y piensa– sobre todo en los millones de familias, especialmente en Europa, que no tienen ni arte ni parte en este desastre que se nos puede venir encima en forma de muerte, hambre y destrucción.
Pedimos a Dios que todas las iniciativas y todas las acciones políticas estén al servicio de la fraternidad humana y no de los intereses partidistas, en esta crisis. En concreto, rezamos para que en esta crisis, se llegue a dar con soluciones aceptables y duraderas, basadas no en las armas, sino en el diálogo profundo. Nunca la guerra será una solución, ni cualquier otra acción violenta. Diálogo, diálogo, diálogo y cuanto más hondo e intenso sea, mejor.
Sé que más de uno pensará que una guerra no se evita a base de plegarias. Allá cada cual con su forma de pensar y sus actitudes. Yo pienso que las manifestaciones por las calles, bullangueras y con pancartas de colorines, sirven para muy poco, pero no me opongo a ellas. Y con los minutos de silencio, igual. La oración en común es un testimonio claro de empatía y de corresponsabilidad. Pero cada uno es muy libre.
Yo personalmente, al rezar, pienso y sueño en un sociedad futura que avanza en el camino del diálogo fundado en la educación y en el trabajo. Solamente así se puede construir una paz duradera. Diálogo entre generaciones; educación, que es el mejor cimiento de la libertad; y trabajo, único medio fiable para la realización de la dignidad humana. Si falla uno de estos elementos (diálogo, instrucción y trabajo), no habrá paz.
Seguiremos rezando.
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