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Resulta muy injusto el que haya coincidido en paralelo, si no como efecto directo, el asesinato de George Floyd con la retirada de Lo que el viento se llevó del catálogo de HBO, hasta que la cadena la rehabilite –junto a otros varios centenares de ... películas, cabe imaginar– con un preámbulo que limpie, enmarque, revise críticamente, no sé cómo llamarlo, sus impurezas y el contexto en que fue realizada. Pesa desde hace días sobre ella el cargo de ignorar los horrores de la Guerra de Secesión y de perpetuar los estereotipos más dolorosos para las personas de color, en palabras del director de cine John Radley (12 años de esclavitud) publicadas por Los Ángeles Times. Lo primero sencillamente no es cierto, y podrían citarse varias secuencias –la de los miles de muertos y heridos de la estación de Atlanta– y, en cuanto a lo segundo, no fue Mammy la responsable de perpetuar los estereotipos –y aún menos, claro, el sufrimiento y persecución derivados– sino leyes, gobiernos, estructuras y mafias segregacionistas, anidadas en la administración, en la policía y en la psicopatía social. La actriz Hattie McDaniel, paradójicamente, tuvo que defenderse de ambas cosas; tanto de los hermanos y hermanas que le acusaban de ser –por esta película– colaboracionista con el racismo, como de los racistas por ser de color, hija de esclavos y lesbiana. El viento de la llamada corrección política se lleva por delante, indiscriminadamente, matices y datos. Y corre el grave riesgo de sumir a la memoria en el infantilismo y la sobreprotección. Me recordaba este 'veto' cautelar a Lo que viento se llevó, la 'defenestración' horrible que hace un año justo sufrió Lillian Gish. Una asociación de estudiantes afroamericanos de una Universidad de Ohio para la que Gish –quien fuera último eslabón con el origen del cine, hasta que murió, con 99 años, en 1993– hacía tiempo había donados fondos –y hasta creado un premio– logró que se retirara su nombre del teatro/cine del campus, por haber participado en 1915 en El nacimiento de una nación de Griffith. considerada como película condescendiente con el racismo. Al margen del balance sobre la trascendencia de una película –en parte, secuela de la propia Guerra de Secesión– que contribuyó como pocas a crear un lenguaje visual y narrativo que permitiría después hacer películas como, sin ir más lejos, 12 años de esclavitud u otras muchas que han denunciado situaciones y transformado la forma de ver el mundo y sus tragedias, estaba el borrar a Lillian Gish, que en Lirios rotos, del mismo Griffith, había protagonizado uno los más grandes melodramas sobre el patriarcado machista o en La noche del cazador a una anciana capaz de enfrentarse a un predicador sicópata. Más paradojas: un año, Spike Lee recibió el Premio Lillian Gish y afirmó que él se dedicaba al cine porque un día había visto El nacimiento de una nación. Espero, al menos, que en la nota que HBO añada en pantalla cuando repongan Lo que el viento se llevó en su catálogo se añada que, afortunadamente, en algunos públicos, muy lejos de consolidar un panegírico esclavista, causó social e históricamente un efecto liberador y benéfico; caso del público español, por ejemplo, para quienes constituiría una espita, una liberación, una fuga al technicolor. Que el día que comenzó su rodaje en Hollywood, el 26 de enero de 1939, las tropas de Franco entraban en Barcelona; que la película tardaría ¡once años! en estrenarse en España, convirtiéndose en un hito de la espera con que en este país, en las décadas de grisalla, se esperaron, se ansiaron, se imaginaron las cosas a las que no se tenía acceso, las que no se podían ver, las que no llegaban nunca. Sobre todo ésta, que se sabía trataba de la supervivencia –sobre todo de sus mujeres protagonistas, incluida Mammy, por supuesto– en medio del fuego de una guerra fratricida, cuyas ascuas, desde luego aquí, no se había llevado el viento. Nos pocos veían en aquella guerra americana, coetánea de la nuestra real, un trasunto y por tanto un hablar de la nuestra a través de aquélla. Que el retraso fue debido, en principio, al bloqueo de mercado, pero que el bloqueo se prolongaría por la resistencia censora, recelosa a que se mostrara a una mujer, Escarlata, que disfrutara con el sexo (incluso aunque fuera en su noche de bodas) y que se batía el cobre y el roble en un mundo de caballeros sureños. ¿Qué opinará de esto Olivia de Havilland?, último eslabón con aquel viento (104, en julio).
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