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La desgracia de Notre Dame nos ha traído de rebote (y apenas acaba de empezar) dos cosas, una buena y otra no tanto. La no tanto es constatar como de nuevo, sin ni siquiera dar tiempo a que las llamas se apagaran, los estercoleros ... habituales se llenaban de conspiranoias de todo tipo, sobre todo del tipo favorito en estos días, las de tipo racista.
Pero lo otro que ha surgido es uno de esos debates que engrandecen, por cuanto todas las posturas tienen un algo de razón y la cosa promete para los próximos años: ¿qué hacemos (o qué hacen) con Notre Dame? ¿Reedificamos lo hundido como si nada hubiera pasado, o aprovechamos que estamos en el siglo XXI para añadir al mosaico de la catedral lo que le puede dar nuestro siglo?
El debate tiene símbolo: la 'fleche', la aguja caída que se convirtió en el más gráfico símbolo del incendio. Y ahora lo será sobre el debate de la reconstrucción. ¿Copiamos la aguja como si nada, o hacemos una nueva en el lenguaje del siglo XXI?
Como símbolo es particularmente apropiado, puesto que la aguja en sí es un invento historicista de mediados del siglo XIX, hecha como entonces se creía que debían ser las cosas: imitando a las viejas.
Me temo que quienes tomen la decisión (o sea, políticos) acaben optando por lo más popular, o sea, dejar las cosas como estaban, copiando la copia, por así decirlo. Y que por tanto renunciarán a hacer lo que a lo largo de los siglos se hizo en todas las catedrales. O sea, dejar el sello de cada época, convirtiéndolas en la maravilla que ahora son: un recuerdo por acumulación del paso del hombre y su deseo de trascendencia a lo largo de los siglos.
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