En casa de mis padres había una foto de mi abuelo Ramón, hecha en la calle por un fotógrafo profesional. En la imagen se ve un primer plano de un hombre viejo con un sombrero y un cigarro en la boca. Yo recuerdo bien ese ... día porque nos habían invitado a una boda en Águilas, un pueblo de Murcia. En el momento que captura la cámara mi abuelo discutía con su hermana Pascuala porque no le parecía correcto el alojamiento que nos habían asignado. La fotografía en blanco y negro era tan elocuente que ganó un concurso. Mi madre se hizo con ella y la tuvo siempre en su salón.
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Esa fotografía llamó la atención de mi hija Marina cuando solo tenía cuatro años. Me preguntó quién era el señor del sombrero y le contesté que se trataba de mi abuelo Ramón. Entonces me pidió que fuéramos a visitarle y le tuve que aclarar que no era posible porque ya había muerto. La niña entonces quiso saber si lo habían matado y le expliqué que normalmente las personas mueren de forma natural. La cara de mi hija era puro asombro, hasta ese momento ella ignoraba que una persona podía irse de este mundo sin que lo mataran. La conversación continuó y me preguntó si yo también me iba a morir. Afirmé con la cabeza. La última cuestión que se planteó, como ustedes ya imaginan, fue si a ella también le llegaría su turno. Rápidamente la consolé diciendo que era una niña pequeña y no tenía que preocuparse de tal cosa, que aún faltaba mucho tiempo para que ocurriera algo así. Marina me dejó helada cuando reflexionó en voz alta:
– Eso debía pensar tu abuelo en esa foto y mira donde está ahora.
Así que con semejante antecedente yo estaba preparada para el momento en que mi nieto Miguel, que pronto cumplirá la edad que entonces tenía Marina, me hiciera un tercer grado sobre la muerte. Pero con razón dicen que los niños de ahora no son como los de antes; el niño me ha sorprendido con una pregunta mucho más difícil:
– Abuela, ¿qué es la vida?
Reconozco que lo primero que me vino a la cabeza fueron los versos de Calderón de la Barca pero, aunque el chiquillo es precoz, creo que aún es pronto para el famoso monólogo de Segismundo.
Así que aquí me tienen, dándole vueltas a la dichosa preguntita. Si él supiera lo que es la muerte le podría contestar que lo contrario de la vida.
He pensado en todo esto con motivo del terremoto en Siria y Turquía. Al ver las dolorosas noticias sobre tantas personas fallecidas y heridas. Y entre ellas muchos niños. En los dos países queda clara la falta de recursos y de medios para responder a semejante catástrofe. Y yo me pregunto, emulando a mi nieto, cómo es posible que Turquía, por ejemplo, tenga un gran gasto militar y no pueda socorrer a los miles de personas que se han quedado sin hogar.
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No solo tengo yo esa duda. Oxfam Intermón calculaba en 2021 que la OTAN gasta al día 5.000 millones de euros, una cifra que según la ONU bastaría para resolver los casos de hambruna más graves en todo el mundo.
Así que viendo cómo las gasta mi nieto no me extrañaría que pronto me pregunte por qué no se invierte en salvar las vidas de esa pobre gente todo el dinero que se gasta en tanques y bombas.
Y, dicho sea de paso, todos deberíamos hacernos esa pregunta.
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