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Las imágenes dantescas de lo sucedido esta semana pasada en Tarragona y las consecuencias, especialmente a nivel humano, que han comportado son un caso paradigmático y no aislado de la paradoja de lo que supone la industria para nuestra vida. Desde hace décadas, la industria ... es fuente de riqueza pero goza de mala prensa como fuente de contaminación, gases efecto invernadero y posible explotación; frente a ella y sus chimeneas humeantes, soñamos con un mundo limpio volcado en la economía del saber y los servicios, pero necesitamos que aquella genere puestos de trabajo y riqueza. Hacerlo compatible no es fácil.
La forma y calidad de vida que disfrutamos tienen un precio. Comportan un coste medioambiental y personal que debemos asumir, equilibrando lo que ofrecen y su sostenibilidad. Ejemplos de ello son la carestía y consecuencias medioambientales del uso de energía para el equipamiento de hogares o puestos de trabajo cada vez más sofisticados; también lo es la contaminación resultante de los medios de transporte que utilizamos, o la utilización de materiales como los plásticos, etc. Convivir con gasolineras en pleno centro urbano llenas de combustible para consumir, las viviendas cercanas a un aeropuerto, autopistas, centrales nucleares o complejos petroquímicos, entrañan un riesgo de peligrosidad que, en Tarragona, acaba de ponerse nuevamente en evidencia. Aunque no nos agrade pensar en lo que supone, coexistir con esto comporta un riesgo que debería ser mínimo si sus instalaciones y funcionamiento respondieran a las necesarias medidas de seguridad, mantenimiento y prevención que deben acompañarles, junto con la responsabilidad civil de quienes lo explotan.
En Tarragona, la riqueza temporal que el cinturón petroquímico, maloliente y amenazante a la vista ofrece a los ciudadanos no exime de que esté corroyendo sus entornos naturales, la calidad del aire o que suponga un polvorín para sus habitantes.
Sería ideal que la industria fuera compatible con el medioambiente, bienestar, seguridad personal, y el progreso. Aquella cuya producción comporta un riesgo debe ser estrictamente responsable no reparando en gastos para circunscribir sus productos y beneficios al establecimiento y mantenimiento de unas medidas de seguridad y prevención exhaustivas; pero también gobernantes y Protección Civil deben disponer de protocolos efectivos y medidas inmediatas de intervención que han fallado en Tarragona con una población que, desde sus hogares, divisa el vecino complejo petroquímico situado paradójicamente en un entorno idílico y al lado de un gran parque de atracciones.
Es imposible construir sobre la regresión e irresponsabilidad; el saber y el saber-hacer son los únicos ingredientes posibles para un progreso reinventado.
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