Una vida gitana
LA TERCERA ·
Philomena Franz lleva la Z de Zigeuner y el número 10.500 tatuados en el brazo. Es una de las supervivientes de Auschwitz y otros campos de concentraciónEDURNE PORTELA
Domingo, 29 de agosto 2021, 02:00
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LA TERCERA ·
Philomena Franz lleva la Z de Zigeuner y el número 10.500 tatuados en el brazo. Es una de las supervivientes de Auschwitz y otros campos de concentraciónEDURNE PORTELA
Domingo, 29 de agosto 2021, 02:00
Sinti. Romaní. Gitana. Tres palabras con las que Philomena Franz nombra su pertenencia. Son tres palabras cargadas de historia. Sinti es como se conoce a la población gitana que se asentaba en Alemania y otros territorios de habla alemana desde el siglo XV. Romaní (adjetivo) ... y roma (sustantivo) son los términos que los participantes del I Congreso Internacional Romaní de 1971 eligen para nombrar la propia comunidad, antes llamada gitana. Las connotaciones negativas, los estereotipos, la criminalización que arrastra la palabra gitano o gitana son más que conocidos, sobre todo en un país como España con una larga historia de antigitanismo. El lenguaje nunca es inocente y la palabra gitano arrastra el peso de la estigmatización, no solo en la cultura española. En Alemania, país en el que nació Philomena Franz en 1922, Zigeuner (gitano) fue la palabra que designó a medio millón de romaníes asesinados en campos de exterminio y de concentración nazis. Philomena Franz lleva la Z de Zigeuner y el número 10.500 tatuados en el brazo. Es una de las supervivientes de Auschwitz y otros campos de concentración y, después de cuarenta años, en 1985, publica el testimonio de su experiencia en los campos y de su vida anterior al horror. La primera mujer romaní que lo hace.
La editorial aragonesa Xordica recupera este testimonio titulado 'Entre el amor y el odio. Una vida gitana'. Lo publica en una traducción vibrante y luminosa de Virginia Maza y acompañado de un estudio detallado y clarificador de la historiadora María Sierra que contextualiza de forma excelente el testimonio de Philomena Franz (y a quien debo la información histórica que comparto aquí). Franz elige arrancar su testimonio desde los recuerdos de su infancia y con una voz cálida, sencilla e inocente, describe de forma idílica la vida en la Alemania prenazi. Franz cuenta que proviene de una familia de músicos muy reconocidos en la región alemana de Wurtemberg. Los miembros de la familia viven en armonía con la naturaleza, disfrutan de una posición económica holgada, tienen varias residencias además de un lujoso carromato que llama la atención allá donde llegan. La niña Philomena tiene amigas fuera de su comunidad sinti, va al colegio en invierno y otras temporadas en las que la familia no viaja con su carromato. Recuerda, incluso, un viaje a París en el que canta en un teatro donde le llueven aplausos y dádivas. El retrato que presenta Franz es el de una comunidad con sus propias tradiciones –su cultura musical y folclórica, su forma de vida libre y seminómada, sus fuertes vínculos familiares– y en armonía con los demás habitantes de la región. Son sinti. Son alemanes. Franz dedica varios capítulos a rememorar una infancia que no presenta fisuras y que no se ve afectada por la discriminación ni el racismo. Interpreto esa idealización no tanto como juego de contraste entre el pasado prenazi y el horror posterior, sino como un deseo de mostrar que la implantación de las leyes raciales, la persecución de los romaníes con el fin de exterminarlos al igual que a los judíos, el expolio de sus bienes y la destrucción de su cultura y su memoria rompió la historia, quebró la continuidad de una comunidad que era, según el retrato de Franz, una parte esencial de los mimbres de la sociedad en la que vivía desde hacía cinco siglos.
Esta reivindicación es de vital importancia, sobre todo si consideramos la información que aporta María Sierra sobre las décadas de negación del genocidio gitano: «La justicia alemana negó durante mucho tiempo que hubieran sido perseguidos colectivamente durante el nazismo por motivos raciales o ideológicos, considerando por el contrario que en la mayoría de los casos la detención habría sido realizada dentro de un legítimo combate gubernamental contra la delincuencia». Estaríamos así ante uno de los casos históricos más flagrantes de la criminalización de las víctimas de un genocidio. Mucho después del fin del nazismo, todavía las instituciones alemanas repetían los mismos estereotipos que llevaron a la cámara de gas, al asesinato o a la muerte por extenuación en los campos de trabajo a cientos de miles de gitanos europeos, muchos de ellos alemanes. Por eso Philomena Franz enfatiza, creo yo, la importancia de sus raíces y las de sus antepasados en tierra alemana. No eran ese «otro» exterminable hasta que el proceso de deshumanización del nazismo los convirtió en ello.
La voz de Philomena Franz que rememora la niñez y la infancia cambia cuando comienza a narrar el horror de Auschwitz y de los otros campos de concentración por los que pasó. Se vuelve escueta, los adjetivos escasean, las escenas se narran brevemente. Franz apenas se detiene a analizar, a reflexionar, a rememorar detalles, nombres o personas específicas. No individualiza, ni siquiera a aquellos que casi la destruyen, tampoco a quienes la ayudan a escapar y sobrevivir. Esto nos lleva irremediablemente a pensar en el dolor de la escritura, en que escribir es revivir y en que no todos los supervivientes de una experiencia semejante tienen las herramientas para adentrarse a profundizar en el abismo negro de la memoria. O si las tienen, tal vez prefieran no usarlas. O tal vez Philomena Franz entiende que hay horrores que con nombrarlos es suficiente. Así resume, en cuatro oraciones, la devastación de su familia, empezando por su hermana, con quien se encuentra en Auschwitz: «Lo único que sé es que ha muerto. Igual que asesinaron a mi tío y que mi padre murió en Mauthausen. Y que mis parientes ardieron todos en el crematorio de Auschwitz. Después de gasearlos». Vale con dejar constancia.
El testimonio de Philomena Franz habla del genocidio gitano durante el nazismo, pero su importancia no radica únicamente en su contenido histórico. Tanto ella como el estudio que aporta María Sierra nos recuerda que el racismo contra los romaníes no acabó con el fin de la guerra, sino que se perpetuó institucionalmente durante años. Además, este libro nos invita a reflexionar sobre nuestra propia historia de antigitanismo. He usado mucho la palabra gitano en este artículo. Lo hago intencionalmente porque romaní igual suena demasiado lejano, casi exótico, mientras que gitano remite constantemente a nuestros propios prejuicios. Gitanos eran los perseguidos y asesinados bajo la denominación Zigeuner y la construcción racial nazi de su otredad estuvo basada en los mismos estereotipos que repetimos hoy, aquí, en España contra este pueblo. Y no, no hay pero que valga.
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