Yamal, Nico e Iñaki
Sus historias nos invitan a hacer un esfuerzo de análisis de lo que puede ser una oportunidad y se está convirtiendo en un problema
Víctor Meseguer
Educador
Miércoles, 10 de julio 2024, 21:57
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Víctor Meseguer
Educador
Miércoles, 10 de julio 2024, 21:57
Uno es de donde nace y de donde quiere nacer. «Cuando saltó la valla mi madre me llevaba en la tripa y la verdad es que tiene un mérito increíble jugarse su vida y la de su propio hijo. Eso me recuerda siempre de dónde ... vengo», asegura Iñaki Williams, jugador del Athletic Club de Bilbao nacido en España (Bilbao), hijo de unos padres que huyeron de la pobreza de África. Como buen vasco, Iñaki nació donde quiso, al igual que su hermano Nico, jugador de la selección española. Su compañero Lamine Yamal también nació en España, donde su padre marroquí y su madre ecuatoguineana decidieron que naciera. El chaval creció pegándole patadas a la pelota en la ciudad obrera y multicultural de Mataró: buena mezcla africano-catalana.
Con Nico Williams y Lamal, hoy tenemos la Selección con más raza de nuestra historia en la Eurocopa del mestizaje con 82 jugadores inmigrantes, estrellas nacidas del éxodo de su familia...
Las historias de vida de Nico, Iñaki, Lamal y tantos otros nos invitan a hacer un esfuerzo de análisis de lo que puede ser una oportunidad y se está convirtiendo en un problema, una oportunidad que hay que aprovechar sin atrincheramientos partidistas, pero también sin ambigüedades. Ellos sólo pueden devolvernos sus ganas de vivir que nos llega en desesperadas pateras.
No vienen a aprender el catalán ni han dejado todo lo que eran para bailar la sardana, por más que le pese a Carles Puigdemont y a su nueva musa Sílvia Orriols en clara sintonía con el nacionalismo español: «…toda África no cabe en la Región de Murcia» (Antelo, 2024). No vienen a lanzar piedras como buenos vascos, ni a ennoblecerse por su RH negativo. Ni siquiera vienen a aprender flamenco ni correr los toros de San Fermín. No vienen a hacer buenos los tópicos regionales, sino a trabajar, amar y vivir. Hay que valorar el enorme capital que traen, un valor que nos falta en nuestras sociedades envejecidas y vueltas de todo: esperanza. La esperanza en que la vida siempre puede ser mejor si se la quiere vivir es un activo de futuro en una sociedad como la nuestra en la que el déficit demográfico supone un importante escollo para garantizar su desarrollo.
Aprovechar sus ganas de vivir es un reto que no podemos demorar. Mañana puede ser tarde, nuestros hijos no merecen que sigamos permitiendo cómo la estulticia y el egoísmo quiebran lo que será su presente, y también nuestro futuro: cada vez más el futuro de España dependerá de quienes queramos vivir en ella, ya tengamos 0,8 o 18 apellidos españoles.
La xenofobia es uno más de los trampantojos que ocultan la raíz de la desigualdad en España. Para unos pocos, xenofobia es sinónimo de lucro. Piel barata trabajando a destajo por sueldos de subsistencia. Por el día o por la noche, recogiendo brécol o asquerosas babas, blanqueadas por dinero de blancos, junto al Malecón. Lacerarla da votos. Y muchos ciudadanos que gritan «lo que tienen que hacer los moros es irse». ¿Al Real Madrid?
Por eso, luchar contra la xenofobia es luchar contra la desigualdad que nos oprime a todos los que no hemos nacido con un pan debajo del brazo. Desmontar el gran negocio de la 'ilegalidad' es garantía de nuestro futuro. Porque la ilegalidad no es de los que vienen, sino de los ya instalados que se aprovechan de todos los defectos de nuestro sistema legal para medrar ellos y sus compinches. Luchar contra la ilegalidad supone la colaboración fiscal de quienes vienen de fuera, para construir carreteras, eliminar pasos a nivel, formar médicos o crear escuelas. Supone también facilitar la reincorporación a sus puestos de trabajo de quienes se vieron suplidos en ellos por esclavos sin papeles. Supone facilitar derechos a todos, porque si ellos tienen derechos, también los nuestros se reforzarán.
Pero no basta sólo con facilitar el ejercicio de sus derechos a los inmigrantes. Es necesario reinvertir una parte de lo que nos aportan, en un esfuerzo de integración que merece la pena. Puede que no sepan catalán, o vasco, o castellano, pero pueden aprenderlo, e incluso enseñarnos a los españolitos de a pie a hablar bien inglés, francés o árabe cuando queramos hacer negocios en sus países: nuestros mejores aliados en 'sus' países son los que han decidido vivir en el nuestro.
Pero también, ni hay que extirpar sus raíces ni asumir la demagogia maximalista de quienes sostienen un derecho personal por encima de las normas de convivencia con que nos hemos dotado. Quienes optan por cohabitar con nosotros deben respetar nuestras leyes. Leyes iguales para todos, sin acentos ni colores. Leyes iguales para los que hemos nacido del mismo modo (sólo hay un modo de nacer, que yo sepa…).
Pero acabemos con Yamal, Nico, Iñaki y tantos otros nuevos españoles. Yo prefiero unirme a su esperanza, a sus ganas de vivir, de luchar y de prosperar. Estoy seguro que nuestros hijos nos lo agradecerán y esta España será un poquito mejor.
PD. ¡Viva La Roja! Una selección con mucha… raza.
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