Aquel viaje

Hoy se cumple exactamente un año de aquel maravilloso viaje que nunca hice. Los billetes de avión estaban comprados, el hotel a la orilla del río que cruza el centro la ciudad reservado y los museos y rincones que iba a visitar subrayados en rojo ... en una guía que compré para la ocasión. En el aniversario de aquellas vacaciones que el COVID frustró recuerdo perfectamente lo bien que no me lo pasé. Tengo grabado en la memoria el mágico paseo por las callejuelas del casco antiguo que no llegamos a pisar. También guardo en el paladar el sabor del menú que nunca disfrutamos en una tasca que queda fuera de las rutas turistas, pero que un amigo me reveló al oído antes de partir a condición de no compartir con nadie el secreto de su ubicación. Por la tarde, cuando jamás regresamos a nuestra habitación, nos topamos con la puesta de sol más embriagadora que debía haber contemplado en toda mi vida. Un paleta de tonos cálidos que pedía ser inmortalizada con la cámara del móvil para revisitarla cuando estuviera de vuelta en casa. Y por la mañana, al despertar en un dormitorio de sábanas blancas impolutas, sin ningún reloj cerca que me apremiara, debe estar esperándome un café humeante y dos tostadas con aceite al lado del periódico del día escrito en un idioma extranjero y dulce. En realidad, tampoco me dolió tanto quedarme en tierra. Imaginé que el virus sería cosa de unas semanas. Algunos meses quizá. Pasado un año vuelvo a dejar de viajar al mismo sitio, y el recuerdo que sigue sin existir se hace más vivo que nunca.