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Una nueva orden ejecutiva del presidente de EE UU ha llevado a Google a anunciar que en adelante los dispositivos Huawei no podrán acceder a los servicios de Google Play; aunque parece que, por el momento, las licencias vigentes permitirían a la firma china continuar ... con el sistema operativo de código abierto Android. Cabe pensar que, como podría ocurrir con las medidas de proteccionismo arancelario, esta última iniciativa podría encauzarse hacia un acuerdo próximo que equilibre las condiciones de la competencia global ante el 5G. Pero es de temer que no se trate de movimientos tácticos, sino de apuestas por contrarrestar a fondo la globalización. Es de temer que no sean medidas conducentes a que la globalización discurra sobre relaciones sociales y laborales cada vez más homogéneas y garantistas, penalizando a aquellas economías que -como la china- se benefician de la negación de derechos civiles, y de la apropiación estatal de la propiedad intelectual de miles de investigadores. Porque la generalización del proteccionismo no propicia una mayor riqueza a ningún país, más que si acaso de manera transitoria; y en ningún supuesto puede contribuir a una mayor libertad e igualdad. De hecho, esta enésima orden ejecutiva de Trump ha encogido las expectativas bursátiles, porque ha retraído a millones de usuarios respecto al consumo y utilización de dispositivos cuya versatilidad queda en entredicho. Sin duda, la operación aportará beneficios a determinadas marcas, que puedan ofrecer continuidad en los servicios que el pulso entre EE UU y China ponga en cuestión. Pero siempre a cuenta de que los ciudadanos pasen a abonar precios y tarifas superiores, para sufragar la espiral proteccionista. Los temores de que Apple, que cuenta con una amplia implantación de mercado y producción en China, se vea muy seriamente afectada por la réplica del gobierno de Xi Jinping al desafío de Trump, advierten de cambios sustanciales respecto a la globalización tecnológica. Advierten de la eventualidad de que la historia en ese ámbito se pare, para dar lugar a que la transformación tecnológica se vea condicionada hasta el extremo en la bipolaridad entre Washington y Pekín y sus áreas de influencia; de modo que ambos protagonistas conformen sus respectivas 'economías de estado' -con Rusia entre sombras-, emplazando a los países de la Unión Europea y a los de los demás continentes y subcontinentes, y a todas las empresas del espectro tecnológico, a alinearse en uno u otro bando.
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