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Los tres meses de confinamiento nos han dado margen a muchos para hacer cosas que en otras circunstancias habríamos olvidado. Una de ellas, en mi caso, fue seguir en directo los debates parlamentarios del Congreso. Y tengo que apresurarme a añadir que más que interés, ... lo que sentí en muchos momentos fue vergüenza propia. El monotema era, o debería ser, encontrar entre todos soluciones o ideas para paliar en lo posible los efectos de la pandemia. Mientras nuestros representantes políticos hablaban, se insultaban y discutían sin pudor, en España se estaban muriendo miles de personas y los hospitales rebosaban enfermos.
Pero sus señorías, algunas vestidas sin el mínimo decoro en una institución tan importante, se exaltaban agrediendo a los colegas que no opinan lo mismo que ellos. Accedían a la palestra como si se tratase de un mitin y lo único que importaba era enardecer a sus seguidores con unas ideas y unos argumentos que nada tenían que ver con el COVID-19. En varios debates no se escuchó nada sobre el coronavirus ni siquiera se sintió el recuerdo a las víctimas.
Era penoso escuchar a personas que se supone estaban allí para exponer sus puntos de vista, criticar con firmeza si era el caso lo que consideraban oportuno, y razonar, con apasionamiento si cabe, pero con educación. Con la mínima educación con que los ciudadanos normales nos saludamos. Viendo uno de esos debates uno se plantea que si los ciudadanos normales nos relacionáramos con ese tono sería una guerra callejera.
Más que un debate sobre cuestiones de interés general parecía una discusión de taberna, después de algunos vinos de más. Y no quiero hablar del lenguaje barriobajero. ¿A dónde creen que llevan esos políticos que confunden el enfrentamiento entres sus ideas y opiniones con reyertas de patio de vecindad? ¿Pensarán que así ganarán votos en las próximas elecciones? Desde luego, algunos pensamos que no.
Todos los parlamentos democráticos del mundo suelen promover debates apasionados. Y en casos, hasta violentos. Más de una vez habremos visto fotografías o imágenes de peleas a puñetazo limpio. Pero son casos tan infrecuentes como lamentables. En España por fortuna todavía no se ha llegado a tanto ni es de esperar que ocurra. Bastante son ya las provocaciones y agresiones gratuitas que se prodigan.
El respeto que merece la institución, la responsabilidad que deberían asumir los electos y el que merecemos los que les pagamos para que contribuyan a la mejor convivencia es incompatible con la actitud de contribuir a dividirnos y enfrentarnos.
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