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He leído en una de estas últimas jornadas un reportaje publicado en Diario LA RIOJA acerca de las localidades riojanas que ofrecieron a las autoridades pertinentes de Madrid algunos de sus términos jurisdiccionales para localizar en uno de ellos un campo de aviación. Corrían los ... felices años veinte del pasado siglo, aquellos en los que reinó como general don Miguel Primo de Rivera junto con don Alfonso XIll, y aquel aeródromo acabó quedándose en Agoncillo, en la margen derecha del padre Ebro.
Hubo, no obstante, en la margen izquierda otra población, esta navarra, que asimismo ofreció un terreno con ese mismo fin al Ministerio de la Guerra por esas mismas fechas, 1922. Se trataba de la ciudad de Viana, cuyo Ayuntamiento envió el siguiente telegrama a dicha entidad combativa: «Tengo honor dicho Ayuntamiento ofrecer 136.00 metros cuadrados campo aviación completamente llano distante siete kilómetros Logroño». Era la dehesa de La Alberguería, llamada así por haber mantenido un albergue para peregrinos desde antes del siglo XIII.
El extenso prado acogió también la batalla de su nombre en 1834, con presencia del legendario Tomás de Zumalacárregui, y el más famoso canje de prisioneros de la Tercera Guerra Carlista en 1875 (los presos carlistas acudieron a la llanura desde el suprimido convento de la Merced de Logroño, artística cárcel de guerra que contemporáneamente ha retomado su vocación bélica a través de las batallitas políticas, menos peligrosas, opino). El viejo llano vianés se redimió en buena parte y regresó a su vocación secular acogedora al recibir en 1969 a 160 familias torrecillanas junto al nuevo polígono industrial, concretamente el que hemos denominado desde entonces barrio de Salcedo.
En estas hermosas jornadas estivales en las que suele imperar en el valle del Ebro el bochorno con su bascura (vocablo empleado en mi ciudad, no sé si en la suya, amigo lector) asfixiante, han regresado los escraches a políticos. Mas, sin duda, la mayoría de estos, los calificados de derechas y los denominados de izquierdas, favorecen continuamente esas peligrosas representaciones teatrales con sus pésimos ejemplos recíprocos en los muy suficientes parlamentos desde los cuales nos adoctrinan. Esos chulescos barros en las moquetas traen luego huellas de lodo por las carretas. Lo demás son cuentos, y no precisamente de Calleja.
Por su parte, aplíquese usted a otro cuento mucho más práctico: veranee en La Rioja. Es que no la conoce bien, ni mucho menos.
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