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Lo mejor ha sido Pau Gasol, que en la derrota ha vuelto a dar una lección de compromiso, humildad y sacrificio y al que va a haber que contratar y hacer fijo en algún organismo oficial. Pau tiene que hacer con nuestros famosos como el ... esclavo del Imperio Romano que sostenía la corona de laureles al militar victorioso en los desfiles triunfales. Mientras recorrían Roma y las multitudes aclamaban al general, el siervo iba susurrando al oído del héroe: «Memento mori, memento mori», recuerda que eres mortal, que el éxito es pasajero.
Todo ha sido una parodia y un monumento al absurdo desde que ya en la ceremonia inaugural acabaron cantando el insufrible 'Imagine' de John Lennon. «Imagine there's no countries», que no hay países, canturreaban en círculo dados de las manos después de haberse pasado dos horas y media viendo desfilar a las delegaciones nacionales con sus banderas y sus cartelitos, enternecedor. No ha habido público en las gradas y además no conocemos ni a la mascota de estos Juegos, aunque después de padecer nuestro Cobi picassiano e infantil puede pasar cualquier cosa. Pronto inventarán a la mascota invisible para no ofender a nadie y el diseñador se llevará una millonada.
Otra vez han querido hacer política de todo: del color de la piel, de la orientación sexual o de la salud mental de los atletas. La emoción ha estado por encima del esfuerzo y ese es el espejo en el que se mira este mundo nuestro que se va desmoronando. La sensiblería y la lágrima importan más que la gota de sudor, que es la verdadera esencia de los Juegos Olímpicos: «Citius, altius, fortius». Han podido hacer política de verdad, pero no han querido. Cuando la bielorrusa Krystsina Tsimanouskaya denunció que la llevaban a la fuerza a su país y trataba de escapar de la dictadura no se oyó ni un grito de apoyo de esos colectivos que siempre, otras veces siempre, salen en tropel a denunciar injusticias.
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