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Soy de los que creen que, hasta que esto termine, el Gobierno de España es mi equipo. Y el de La Rioja, también. Y el vasco, y el de Madrid. Los que están ahí ahora mismo, comiéndose la responsabilidad terrible que les ha caído encima, ... son mi gente. Sé que unos son mejores, otros peores y otros deleznables, pero también creo saber que, enfrentados a una circunstancia así, les mueve solo una voluntad: hacerlo lo mejor posible, por ellos mismos, por nosotros. Y que si hay que pedir cabezas ahora no es el momento.
Lo que sí podríamos es ir sacando unas cuantas lecciones para el futuro. Con los ojos bien abiertos, podríamos aprender, por ejemplo, que racanear en Sanidad es algo de lo que más tarde o más temprano uno se acaba arrepintiendo. A nosotros nos ha tocado verlo demasiado bien: deberíamos arrepentirnos, e ir aprendiendo, de que en los últimos años en España no haya dejado de caer el porcentaje de PIB que dedicábamos a Sanidad, siempre en el entorno del 6%, mientras en Alemania dedicaban el 9% y subiendo.
No, para tener «la mejor sanidad pública del mundo» no basta con decirlo. Hay que gastar dinero en ello. Los adalides patrios del déficit cero deberían sacar esas cuentas: en Alemania también son austeros, pero no en lo que importa.
Y otra derivada. Si el Estado tiene menos dinero, nosotros tenemos menos dinero. Al próximo que venga prometiendo un recorte de impuestos para ganar tres votos, díganle: oye, salao. Qué pasará con el próximo puto virus.
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