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La historia del parking del CIBIR me trae estos días de cabeza. Es una especie de batalla que desde hace años se libra de juzgado en juzgado. El último episodio se ha vivido en el Tribunal Supremo que, aunque no ha entrado a valoraciones de ... ningún tipo sobre si el Ejecutivo actuó bien o mal rompiendo de forma anticipada un contrato que tenía una vigencia de 40 años y desahuciando después de ese espacio a la concesionaria, las consecuencias, a la postre, suponen un nuevo espaldarazo a la mercantil, al menos, por ahora.
Digo por ahora porque promete ser uno de esos culebrones turco de tropecientos capítulos que se van enredando por momentos. O como la sombra de vino en la camiseta blanca de San Mateo que no se va ni con ese quitamanchas, para mí impronunciable, Vanish oxi action.
Sería muy atrevido por mi parte aventurarme a vaticinar el final de esta historia, pero lo cierto es que la situación actual, con la concesionaria reclamando, por un lado, más de 24 millones de euros por la ruptura del contrato antes de lo pactado y, por otro, tratando de revertir la situación, tiene sus orígenes en la letra pequeña de un contrato, cuando menos, cuestionable y no solo por la duración, 40 años, sino también por la compensación que el Gobierno, es decir, nosotros, los contribuyentes, debíamos pagar por la baja ocupación de las instalaciones. Al final, era un parking que todos debíamos abonar aparcásemos o no nuestro vehículo. Incluso la abuelilla octogenaria que en su vida ha cogido un coche.
Tampoco parecía buena idea hacer pagar por aparcar junto al hospital cuando se podía hacer gratis en los parking y calles aledaños. Más de diez años después de aquel desaguisado pergeñado en la etapa de la Administración de Pedro Sanz, seguimos frotando el contrato, sin mucho éxito, con Vanish oxi action.
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