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AYER los españoles cogimos a Francisco Franco y dejamos de homenajearle. O sea, lo sacamos de un mausoleo pagado por todos para enterrarlo en un panteón normalito (bueno, casi) junto a su mujer.
¿Y saben qué es lo mejor que pasó? Pues que no ... pasó nada. Aparte de la familia Franco (que no se han cansado de hacer un papelón en los últimos meses) y de cuatro nostálgicos más bien frikis que se fueron a Mingorrubio, no pasó, lo dicho, nada. Nadie se preocupó demasiado, nadie discutió demasiado, y todo acabo siendo básicamente un espectáculo televisivo emitido en directo y un montón de memes por internet.
Hay algunas cosas que quedan pendientes, cierto, y tengo la esperanza de que se vayan sacando adelante. Aún quedan fosas en cunetas, y hay que irlas vaciando sin pausa. También quedan algunas calles que ir cambiando. Nunca me cansaré de repetir, por ejemplo que tener en Logroño un barrio, una calle y un colegio dedicados a Yagüe es una vergüenza que algún Ayuntamiento con un par debería abordar. Y queda algún muerto que mandar a un cementerio normal, como Queipo.
No es una cuestión de revancha, sino de normalización. Y me parece, visto lo visto ayer, que la mayoría de los españoles así lo entiende. Que luego hay quien quiera resucitar fantasmas y guerras, sobre todo para echarse unos votos a la buchaca, pues allá ellos. Nunca habla bien de un pueblo que un dictador muera en la cama siéndolo aún, pero peor era que, 44 años después de eso, se le siguiera guardando reverencia. En fin, España pasa palabra, y quien se sienta atacado por ello que se lo haga mirar. Porque al resto de la gente nos preocupa, de verdad, lo justo.
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