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Como trámite final del contrato más célebre de la historia de los contratos, Otis B. Driftwood, o sea Groucho, le intenta meter doblada una cláusula a Fiorello, es decir, Chico. 'Doblada', nunca mejor dicho. Driftwood y Fiorello, durante el duetto buffo, negocian como si ... fueran dos trituradoras de documentos a la vez que tienen un pie –cada uno el suyo– sobre el cuerpo desmayado de un pagliaccio. «Es lo que llaman una cláusula sanitaria», se saca de la manga Driftwood. A lo que Fiorello, especialista en hacerse el tonto pero no serlo en absoluto, le responde: «¿no me diga que ahora tenemos que vacunarnos?». ¡Cómo sonó la cláusula este martes! Da igual que Fiorello nunca le respondiera esto a Driftwood. Porque muchas, muchísimas de las cosas que les escuchamos en los cines españoles a los Marx nunca las dijeron. Pero me vale, porque las podían pensar. Sobre todo porque muchas de ellas fueron inventadas por un allegado de su humor: Miguel Mihura. ¡Qué digo un allegado!: un precursor, un adelantado, que tres años antes, en 1932, ya había escrito Tres sombreros de copa, comedia que podía haber sido incorporada de inmediato, sin tocar un chiste, al repertorio marxista. Habría, desde luego, un sombrero para cada hermano. En el original de la escena del contrato –aunque no importa, porque tiene menos gracia– Fiorello, en vez de lo de la vacuna, le respondía a Driftwood: «me está engañando, no existe la cláusula sanitaria». Y entonces Driftwood se quitaba la flor de su ojal –tan falsa como su bigote– y se la regalaba: «se la ha ganado. Por idiota». La Metro, sabiendo que era la decisión correcta si de lo que se trataba era de acercar al público español la idea del humor de aquellos hermanos –primos de Ionesco, o del Jardiel de los «celuloides rancios» y hasta de Buñuel– le había encargado a Mihura que fuera «ajustador» de sus diálogos en nuestro idioma; algo que iba a suceder por primera vez con Una noche en la ópera (1935). Como se proclamaba en su publicidad: «el fino humor americano vertido a la gracia chispeante española». Y bien podría decirse que, en el doblaje de los Marx, Mihura inventó La Codorniz antes de que él mismo la inventara realmente en 1941: ¡Más humor, esto es la posguerra! O, si se prefiere: marxismo audaz para el lector más inteligente. Una chispa de órdago. El caso es que hubo en todo esto una curiosa continuidad. O no sé yo cómo calificar el hecho de que Una noche en la ópera, doblada, fuera la película que acompañó el «No pasarán». De las de Hollywood, la que resistió más tiempo en la cartelera de Madrid durante la guerra civil. Meses seguidos. ¿Cuál fue el secreto de su vacuna contra la tragedia asediante? Se había estrenado poco antes de que todo comenzara, el 1 de junio de 1936, en el Capitol, plena Gran Vía. La literatura de su programa de mano, teniendo en cuenta el paralelo que se iba a producir, produce escalofrío: «como tres nuevos jinetes de un apocalipsis de carcajadas avanzan los hermanos Marx para producir una verdadera catástrofe de alegría». Incluso se advertía que se devolvería el importe de la entrada a quien pudiera demostrar que no había «rugido de alegría» (sic). Pero las de los Marx no eran las únicas tropas que avanzaban hacia Madrid; ni el apocalipsis ni las catástrofes que se avecinaban, rugientes, eran para matarse... de risa. Algo tendría aquella vacuna marxista contra el cuarto jinete. De hecho, cuando la película ya estaba fuera de cartel y la guerra dentro, la Federación Española de Espectáculos de UGT la rescataba de nuevo para el Capitol, el viernes 16 de abril de 1937, con un único fin «pro ayuda a Madrid». Para entonces, las bombas ya caían sobre la ciudad. Y así, el precio de la entrada –butaca, 1'50, entresuelo 1'00 y la general 0'50– ya incluía el «impuesto pro-refugio». Carcajearse con Groucho, Chico y Harpo ayudaba, literalmente, contra las bombas. Subvencionaba socorro y protección. Una noche en el refugio.
Incidencia acumulada de Una noche en la ópera en la noche de este martes 15, en la 2: 862.000 espectadores. El 5,2 % de la audiencia vacunable.
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