No hay vacuna

Ha vuelto a salir ahora ese rebaño de ñúes a montar barricadas y a romper escaparates para defender la libertad de expresión de un tipo que no está en la cárcel por eso, pero no merece la pena aclarárselo; es como explicar el globo terráqueo a los terraplanistas. Llevan más de una semana con hogueras y destrozos, pero conviene recordar que esta tradición de saqueos humeantes es un elemento folclórico de la Ciudad Condal, una postal distintiva y pintoresca; allí pegan fuego a cuatro calles como aquí tenemos a los danzadores de Anguiano.

En 'Memorias de un hombre de acción' Baroja describe la atmósfera que reinaba en Barcelona en 1835: «Carlistas y liberales, exaltados y moderados, isabelinos y mendizabalistas, regionalistas y patriotas se odiaban todos con idéntica furia, y el más violento rencor reinaba en la sociedad barcelonesa». Es el ambiente de allí, aunque en 1992 nos tragamos todos la pastilla azul de Matrix y creímos que era una urbe moderna, abierta y cosmopolita; todo fachada. Pla, con esa lucidez desnuda suya, escribió palabras muy parecidas acerca de la ciudad a comienzos del siglo XX en su libro 'El cuaderno gris': «Es triste que para remover una cosa pequeña haya que hacer una revolución cada semana. ¡Qué situación la de este país, la de Barcelona, válgame Dios! No es una situación revolucionaria (...) es simplemente la anarquía que se ha apoderado de la calle». Así sigue Barcelona de cuando en cuando, fascinada por las bombas, tirándoselas a sí misma sin necesidad de Espartero o recibiendo entre aplausos a Otegi en la tierra de Hipercor; para esa enfermedad no hay vacuna que valga.