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URNAS

Teri Sáenz

Logroño

Domingo, 3 de noviembre 2019, 13:01

Al contrario que el resto de la humanidad, el yayo Tasio está encantado de que se repitan los comicios. Y cuantas más veces, mejor. El abuelo adora cambiar su mortecina rutina de los domingos para acercarse al colegio electoral. Encerrarse tras un biombo a coger ... la papeleta que ya tiene decidida desde hace semanas y que los apoderados le regalen una sonrisa cuando descorre las cortinas para dirigirse a la mesa correspondiente. Las frases hechas y los lugares comunes. Porque salimos a ganar y la única encuesta válida es el resultado de las urnas. Se siente importante cada vez que apelan a su capacidad decisoria aunque sabe que todo es mentira. Una impostura que fallece en cuanto el escrutinio llega al 100%. Que la sonrisa de los candidatos es efímera y la preocupación por su bienestar, esa parte del argumentario lo suficientemente hueco y contundente para encajar en cualquier lugar. Lo que no lleva tan bien es el regusto amargo que se le pega al paladar cuando las mayorías desfallecen y certifica los retrúecanos que partidos y plataformas (las siglas, qué antigualla) maquinan hasta estrangular la voluntad del elector. El yayo piensa en esas coaliciones de enemigos íntimos que se muerden el labio para suscribir la unidad que les permita superar el umbral mínimo para ejercer luego por libre. En los discursos inmutables que acaban doblándose como un regaliz de reproches. Y esos bandazos constantes e insondables. Los ideológicos los dirigiere el abuelo regular, pero los personales se le siguen atragantando. Como si la política ya no consistiera en comulgar con un ideario, sino militar en las filas de un líder que succiona la capacidad crítica. El yayo volverá a pronunciarse, pero no votará imposibles sino al que le prometa dos minucias: humildad y coherencia.

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