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La evaluación educativa encargada por el exministro Castells que ha revelado que 13 de cada cien alumnos universitarios acaban desistiendo de titularse constata una realidad inquietante, aun cuando se refiera a una monitorización de hace un lustro de 240.500 estudiantes. Preocupante no porque confirme ... las dificultades personales para superar unos malos resultados académicos o la convicción de que se ha errado en la elección del grado, sino, sobre todo, por el peso que en las renuncias continúa adquiriendo el nivel socioeconómico del alumno. La progresión académica, básica para formarse y optar con mejores expectativas al mercado laboral, no es igualitaria si las condiciones de partida que no tienen que ver con la capacitación y los méritos personales siguen primando sobre estas. Es incontable el músculo que pierde el país si el talento se ve obligado a elegir entre la continuidad de los estudios o acelerar la entrada al mundo del trabajo para ganarse el sustento decantándose por lo segundo. La Universidad no solo despliega su potencial procurando la excelencia en sus programas y su alumnado. También suturando, vía becas u otras fórmulas eficaces, las brechas que impiden garantizar la igualdad de oportunidades.
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