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De camino al trabajo, estos días de cuarentena todo es distinto, incluso los ruidos quieren ser silencios, como si nos pidieran excusas por perturbar nuestras divagaciones. Presiento que nuestras cabezas no paran de dar vueltas a la misma madeja. Se respira incertidumbre y nadie queremos ... respirar hondo no vaya a ser que nos falte el aire o nos traguemos el virus, aunque el del miedo ya nos lo hemos tragado. En los tajos, cada uno en el suyo, se percibe la inquietud. Pese al exceso de información, nos hacemos muchas preguntas y no todas tienen respuesta. Es humano transitar entre dudas, la duda es buena compañera, alumbra el entendimiento y aleja la intransigencia.
Hoy nuestro universo global y nuestros pequeños mundos se han venido abajo. Destruida la ficción se ha abierto la ventana de la realidad. Habíamos olvidado que nuestra fragilidad es cierta. Una pieza clave, la salud pública, ha caído y tras ella el resto han ido en cadena. Ese minúsculo e intangible enemigo, del que jamás habíamos oído hablar, ha hecho la función del esclavo que indicaba al emperador romano: recuerda que eres hombre. No somos los dioses que nos soñamos.
El enemigo al que combatimos en una guerra sin tanques se va a cobrar muchas vidas y todas nuestras ilusiones. A partir de hoy nada será igual ni en España ni en el mundo. Estamos entregando a la pandemia vidas, trabajos, negocios, proyectos... y, sobre todo, seguridad y estabilidad. La bofetada global no nos la esperábamos, negábamos la posibilidad como discutimos otras, el cambio climático o la finitud de nuestros recursos. Este sopapo nos ha sorprendido y ahora estamos tomando conciencia de nuestra enorme vulnerabilidad vital y social.
Nos va a costar digerirlo como nos está costando asumir las restricciones de nuestros movimientos, todavía muchos creen que no es para tanto. La parte buena es que estamos volviendo a aprender cosas que años atrás eran evidentes para nuestros mayores. En la reclusión estamos viendo que para vivir no precisamos tantas cosas materiales pero sí nos necesitamos unos a otros más de lo que creíamos aunque hayamos actuado hasta ahora desde el egoísmo y el individualismo. Hemos descubierto el enorme valor de lo que significa ser un ser social y que uno no es nada sin el apoyo de los demás. Con el sálvese quien pueda no saldremos adelante. Necesitamos la solidaridad tanto como a nuestros médicos, a nuestros sanitarios, a nuestros policías, a nuestras cajeras del supermercado, a nuestros agricultores, a nuestros transportistas, a los que recogen nuestra basura, a los comerciantes, a los artistas, a todo el tejido social.
A partir de ahora, por encima de los egoístas e insolidarios, esa consciencia de nuestra fragilidad ha de ser el pilar de nuestra fortaleza. Solo unidos podemos ganar.
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