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Acabó el estado de alerta y ahora toca disfrutar la libertad que el COVID-19 nos robó durante tres largos meses de confinamiento físico y mental. Pero esto no ha terminado: la preocupante previsión es que la pandemia puede repetirse durante la espera de una ... vacuna. Y, mientras tanto, urge recuperar la normalidad reparando en cuanto sea posible todos los daños y trastornos que ha causado en todos los órdenes de la vida, empezando por el económico, el educativo y la convivencia, que se ha vuelto más cautelosa. Es lo que se describe como la reconstrucción, un término hasta ahora aplicado a las secuelas de la guerra y que es desacertado. El Gobierno se ha fijado como objetivo prioritario e imprescindible la unidad. Todos tenemos la responsabilidad de arrimar el hombro y los políticos, tanto del Gobierno como de la oposición, tendrían que dar el primer paso, olvidarse por algún tiempo de sus diferencias y reaccionar con sentido de Estado. Esta no es una cuestión de debate coyuntural y de aprovechar para sacarle rendimientos electorales a la crisis. El problema es que, en el amplio abanico parlamentario, no todos los partidos tienen conciencia de Estado; por el contrario, para algunos su objetivo es romperlo. Con los respetos a todos ellos, la realidad es que partidos de Estado hay dos fundamentales, el PSOE y el PP. Son los que se alternan en el Gobierno, muestran un respaldo más amplio y una consistencia fundamental para cualquier acuerdo.
Examinando con detenimiento el panorama que nos deja la pandemia, sus precedentes políticos y la forma en que han proliferado las discrepancias, el entendimiento entre los dos partidos se presenta poco menos que imposible. Un acuerdo necesita aportaciones y renuncias de las dos partes y basta escuchar un debate parlamentario para comprender que quienes tienen esa obligación, si es que no la niegan, no apuntan indicios de que lo están intentado; que han empezado a allanar el camino, a moderar las formas en sus relaciones tradicionalmente hostiles.
Es el Gobierno quien debería tomar las primeras iniciativas. A veces leemos en la prensa que Pedro Sánchez y Pablo Casado pasan semanas y hasta meses sin hablar. Es inconcebible, pero si no fuese cierto, lo parece. En una democracia, es parte de la función institucional de un Gobierno y una oposición razonable relacionarse correctamente. Y más cuando ambos comparten esa condición de partidos de Estado y más en un país como el nuestro, en que las circunstancias reflejan que el Estado corre peligros. Nadie entenderá lo que está pasando.
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