Rastreaba Sevilla codeándose con esos personajes sin horario que da la calle y nos los traía en medio de la noche para alborotarnos la madrugada. Me hizo reír, llorar, estremecerme y esperarle desvelada con la certeza de que salvaría mi día rutinario y tedioso. Solo ... por eso le concedí el respeto y la admiración para los restos, porque quien te hace sentir ocupa eternamente un lugar en la memoria del corazón. Luego estaba el lujoso silencio de sus entrevistas, sus muletillas de empatía, la luz baja, el humo de su cigarrillo, la música de Pink Floyd y las estremecedoras confesiones que le donaban sus entrevistados.
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Desde el punto de vista periodístico, quien se sentaba frente a él lo hacia sabiendo que la magia acabaría envolviéndolo. Cada uno de sus invitados se sentía único durante una hora y ese sentimiento, tan difícil de conseguir, lo hacía a él distinto. Ya no vende la entrevista a quien tiene una trayectoria vital interesante. Las confidencias de los que se arriesgan a crear, descubrir o amar con intensidad no interesan. Los largos recorridos están reñidos con la inmediatez, lo efímero o lo virtual y él, listo como un 'ratón colorao', lo vio venir y no quiso lidiar con los ejecutivos 'millennials', a pesar de los ofrecimientos que tuvo.
Murió echando la siesta, y cuando los informativos se hicieron eco de su fallecimiento no sentí pena, pensé que había acertado retirándose y dejando un gusto dulce en el paladar periodístico. Mi Jesús Quintero puso a su programa 'El loco de la colina' anticipándose a que otros lo denominaran de cualquier manera y así ha pasado a la historia. Nadie lo ha remplazado. Hoy, escribir esta columna me ha llevado horas. No acababa de encontrar las palabras para describir ese subterráneo hilo que se teje con las personas que te acompañan sin conocerte. Puede que también yo lleve toda mi vida intentando acompañar a quien me lee, quedarme cerca dibujando las emociones que nos sostienen y nos tumban.
He ido varias veces a YouTube a ver videos de cuando, paladeando con una sabia pereza, soltaba las palabras precisas para hacer diana. Todavía recuerdo con nitidez una entrevista a un escritor que se encontraba en la emisora de Oviedo y que al darle las buenas noches a Jesús se lamentó de no haber podido ir a la emisora de Sevilla para estar con él. Resultó que El Loco de la Colina había ordenado a los que estaban en la emisora que bajaran la luz, y lo dejaran solo con una botella del licor preferido por el escritor. Desde Sevilla, Jesús Quintero consiguió la intimidad que tanto buscaba y toda España escuchó las confesiones del entrevistado arrastrando la lengua y susurrando. Único.
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