Esta mañana se han citado Isabel Díaz Ayuso y Pedro Sánchez. Se verán a las 12 en la sede que la Comunidad de Madrid tiene en la Puerta del Sol. Mira, tardan un poco más y acaban quedando a los seis meses en el Empire ... State Building, como Cary Grant y Deborah Kerr en «Algo para recordar». Acabáramos. No se explica que, en la era de las comunicaciones y con la que hay liada, ellos hayan estado que si carta para arriba, que si carta para abajo. O son los últimos románticos y les chifla la literatura epistolar, o son capaces de aprovechar cualquier oportunidad para echarse las culpas el uno a la otra y la otra al uno. Me da que va a ser lo segundo.

Publicidad

Lo cierto es que ya no se escriben cartas. Y, menos, de amor. Yo no he recibido nunca ninguna: nadie que se desangrara en tinta azul mientras moría de amor por mí en un punto y coma, que glosara la redondez de mis muslos y la largura de mis pestañas entre paréntesis, que se preguntara si yo también le quería con muchos signos de interrogación. Tan solo una vez alguien escribió «Ich liebe dich» al final de una carta. Era septiembre de 1984 y aún no existían los traductores online, así que todavía no sé cómo averigüé que aquello quería decir «te quiero». Pero lo decía. Aunque fuera en la posdata.

Ya no tengo la carta: la extravié, siguiendo mi línea habitual de perder todo aquello que me importa. Y es una pena porque, cuando palme, nadie la encontrará escondida en el cajón de las medias, junto con una rosa marchita y unas entradas de cine, y la leerá preguntándose quién era aquel tipo que me declaraba su amor en alemán a los quince años. A lo mejor Castejón y Ayuso, los últimos románticos, conservan las suyas atadas con un lazo rosa.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad