Los ciudadanos asistimos impávidos a cambios tremendos y así, sin rechistar, nos vamos acomodando a las modernidades de los nuevos tiempos. Y, cuando queremos darnos cuenta, el inexorable panorama no admite vuelta atrás.
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En esta situación se enmarca lo que lleva años sucediendo con la ... banca. La desastrosa crisis económica de 2008 clausuró cientos de sucursales bancarias con el pretexto de que había demasiadas. Si bien la premisa era cierta, el argumento fue perversamente aprovechado por las entidades para obligar a los clientes a realizar de forma electrónica gran parte de las operaciones que hasta entonces se habían hecho presencialmente. Amén de las dificultades que supone la digitalización de sus dineros para gran parte de la población, eso acabó con miles de trabajadores en el paro. Mientras, el Banco de España (como casi siempre) miraba hacia otro lado.
En el comercio también están cogiendo la delantera las plataformas digitales. Aunque tengan versión física. Y sí, resulta más cómodo comprar desde el sofá y que me lo envíen a casa porque en la tienda me da pereza probarme, porque no sé si hay talla o color o porque hace frío. Pero esos puestos de trabajo también están en juego si estas conductas, impuestas por las propias marcas en muchos casos, inundan nuestras tiendas de forma masiva.
Contra estos gestos que proliferan aún quedan rebeldes que luchan contra el 'establishment' y reclaman la atención personal en la banca, como aquel abuelo valenciano que enarboló la bandera de la presencialidad en las operaciones bancarias. O el mantenimiento de sucursales como el que últimamente reclaman los vecinos del barrio logroñés de La Estrella para no quedarse sin el último reducto bancario que les queda.
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Ojalá no tengamos que manifestarnos también para poder comprar unas simples bragas en la calle. Aunque no tengo demasiada esperanza.
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