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Va para cinco años que, el mismo día que me quité de operar, intenté desengancharme también del hábito de opinar. Entonces me despedí de los lectores (ya entonces incluía a las lectoras) pero cuatro meses después recaí reconociéndome incapaz de dejar El bisturí porque «sencillamente, ... no puedo. Intentar quitarme de largar los jueves en esta página sólo me ha servido para comprobar lo enganchado que estoy al vicio. Meterte una columna en vena todas las semanas durante catorce años te convierte en un dependiente psicológico de las cosas que pasan a tu alrededor o de las ideas que asaltan tu mente. Duele confesarlo: soy un adicto a la opinión publicada. Cuando supe que yo solo no podría superarlo acudí a Opinadores Anónimos, una academia de desintoxicación para tertulianos sabelotodos, columnistas pertinaces y escribidores compulsivos de cartas al director. Fue muy duro. Además de los deberes imposibles para casa (entregar el portátil, dejar de ver, leer y escuchar noticias y no discutir con familia o amigos sobre cualquier asunto polémico), estaban las temibles sesiones de deshabituación. Nos sentaban en corro y tras las presentaciones de rigor («me llamo Fernando y soy columnista») lanzaban al ruedo una sarta de temas de actualidad sin dejarnos ni rechistar.
Pues bien, un lustro después, intento desintoxicarme otra vez, así que vuelvo a envainarme el bisturí literario, dando gracias en primer lugar a Diario LA RIOJA por haberme concedido durante casi veinte años el privilegio impagable (y de hecho impagado) de publicar jueves tras jueves nada menos que 939 ocurrencias con libertad casi plena. Pero mi gratitud es aún mayor hacia quienes, jueves tras jueves, habéis otorgado su verdadero sentido a este escalpelo literario, que hoy practica su última incisión en este periódico, honrándolo con vuestra lectura y arropándolo con vuestro beneplácito.
Espero que el hueco que dejo vacío de palabras en esta orilla del diario se rellene pronto con otras más interesantes y que no chirríen al rozar con el imparable proceso de ingeniería social puesto en marcha en nuestro país, impelido por la llamada corrección política. Ese cáncer pandémico de la inteligencia que originan células ideológicas malignizadas, ataca a la concepción de ideas y su libre expresión y se disemina a través de leyes aberrantes promovidas por gobernantes necios, sectarios y pseudodemocráticos que, hoy por hoy, ningún bisturí es capaz de extirpar.
Queridos lectores (y lectoras, venga, que no se me van a caer los principios por esto), infinitas gracias por vuestra adhesión. Os deseo salud, afecto, suerte y prosperidad. Adiós.
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