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Un eventual confinamiento domiciliario gana enteros en medio de una competición entre los gobiernos por eludir responsabilidadesEl Gobierno del Principado de Asturias, que preside el socialista Adrián Barbón, solicitó ayer a Pedro Sánchez que decrete el confinamiento domiciliario de quince días para su territorio, mientras anunciaba el cierre de la hostelería y de la actividad comercial no esencial, la prohibición de ... eventos, la suspensión de clases presenciales en la Universidad y el adelanto del toque de queda a las diez de la noche. El ministro de Sanidad, Salvador Illa, había zanjado previamente la cuestión al afirmar que el Ejecutivo central no prevé tal decisión –aunque en realidad trabaja en una regulación al respecto por si tuviese que recurrir a ella– y pedir que no se entre «en una competición para ver quién toma la medida más dura». La comunidad que presenta el mejor balance en la gestión de la pandemia toma así la delantera en una iniciativa que está en la mente de todas las autoridades afectadas, cuando distintos países europeos con datos epidemiológicos menos acuciantes dan pasos en ese sentido o aumentan de forma sensible las restricciones en vigor.
Illa y su Gobierno saben perfectamente que la única competición que existe en la España autonómica es, si acaso, la que se da por eludir responsabilidades posponiendo decisiones. El propio Ministerio de Sanidad se desdijo al promulgar el vigente estado de alarma pocos días después de que Fernando Simón considerara estable la evolución del COVID-19. Una situación que tiene visos de poder repetirse en muy poco tiempo si las tasas de incidencia y la presión hospitalaria no experimentan un repentino cambio a la baja y el Ejecutivo se ve obligado a dictar un real decreto que contemple el confinamiento domiciliario dentro del estado de alarma. Una medida que requeriría una duración temporal de quince días prorrogables o un mes bajo mayor control parlamentario.
Sería constitucionalmente cuestionable que mediante un nuevo estado de alarma o el actual ampliado el Gobierno central optase por delegar en los presidentes autonómicos la potestad de introducir o no una restricción tan severa de derechos y libertades sin supervisión judicial. Además, a salvo de alguna excepción, los datos epidemiológicos y del sistema sanitario resultan suficientemente homogéneos para el conjunto del país como para evitar distingos territoriales en su eventual aplicación. Lo lógico es que, llegado el caso, la asuma el propio Ejecutivo para toda España sin menoscabo para el desempeño competencial de las autonomías.
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