Además de la evolución cuantitativa del COVID que los periódicos detallan a diario, la pandemia ofrece infinitas derivadas igualmente noticiables. Para empezar, la del impacto económico en el conjunto de la sociedad. Su repercusión es obvia, y el hecho de poder medirse como ocurre en ... el caso de cuadros activos, incidencia o camas ocupadas, hace que la prensa tienda a grandes despliegues y lecturas sesudas. Ya sabe: número de trabajadores en ERTE, porcentaje de caída del PIB, los millones que manarán desde Bruselas.

Publicidad

El repertorio de perspectivas no se agota ahí. La hemeroteca está plagada de reportajes sobre las secuelas físicas de la enfermedad, los trastornos mentales que provoca, los cambios operados en el diseño de las casas tras el confinamiento o hasta cómo ha minado la natalidad.

Repaso mi propia contribución a ese mosaico y recuerdo una pieza sobre el modo en que la ansiedad generada, combinada con el teletrabajo, incide directamente en el bruxismo y otras patologías dentales. Hay, sin embargo, una vertiente informativa sin explorar aún: la del mal humor. De qué manera el virus y las restricciones nos han avinagrado el carácter y hecho más irascibles. Cómo situaciones que antes del COVID no pasaban de intrascendentes ahora son motivo seguro de conflicto. Por qué un simple buenos días puede encender la mecha de la discusión y la irritabilidad. Quizás no se ha escrito sobre ello porque no existe todavía un medidor de enfados y mala hostia. O tal vez es que quien se atreva solo recibirá a cambio algún grito de desprecio.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad