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La vergüenza debe de haber tenido, en algún momento de 'Érase una vez el hombre', alguna función social, quizás incluso una de índole evolutiva. Es probable que todavía sea útil, aunque sólo sea para que el resto de la humanidad no se vea obligada a ... padecer esos estados nuestros que nos avergonzarían en público y que, sin embargo, nos resultan tan preciados cuando estamos a solas. ¿Bailar en bragas ante el espejo? Justo a eso vengo hoy, a reunir en una columna dos conceptos que incluso por separado están socialmente mal vistos como tema de conversación: dinero y ropa interior.
Muchos ya tenemos mecanizado un gesto propio de la era digital, ese de entrar en la aplicación del banco y temblar al colocar la huella dactilar: a casi nadie le satisface la información despiadada que devuelve la pantalla. Hablaba de ello hace poco con una amiga que, sin venir a cuento, me confesó lo último que le habían propuesto para conseguir ingresos. «Te las pones para mí dos días seguidos y me las envías envasadas al vacío». Sí, bragas. Me documento y compruebo que el mundo está peor de lo que pensaba: hasta los más famosos —de Steisy de MYHYV a la hija de Verónica Forqué, de Alonso Caparrós al mismísimo Michael Jordan— tienen su ropa interior a la venta en algún rincón de la 'deep web'.
A mi amiga @perrapelirroja la introdujo en el mundillo un bombero. El pobre se había hipotecado con quien de pronto eligió convertirse en su ex. ¿Y ahora cómo pago yo esto? Pues a base de gayumbos sudados durante una guardia de rescatagatitos o en una de sus sesiones de halterofilia. Puede que, a 200 euros la prenda, hayamos encontrado la última frontera del precariado. Para todo lo demás, como siempre, MasterCard.
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