Ucrania en la pantalla

En nombre de esas nuevas formas de «periodismo de guerra» se transmiste un mensaje peligroso a las generaciones ávidas de 'likes', notoriedad y seguidores

REBECA PARDO

Viernes, 6 de mayo 2022

Rostros de desconocidos en modo selfie que resultan familiares. Bailan, hacen muecas, algunos hablan... Guerra, ruinas y sufrimiento de fondo. Vídeos de Tiktok o de ... otras redes que veo en la tablet mientras me preparo un café y una tostada. Hace semanas que comparto con ellos mi desayuno y decido si en la tostada pongo aguacate o pavo. La salud es importante. En una conferencia hace unos días nos mostraron un anuncio de munición de guerra «no tóxica», respetuosa con el medio ambiente. Mientras pienso en ello, veo bombardear una central nuclear que pone en riesgo a toda Europa (por lo menos). Mi tostadora está en Europa. Yo, sin embargo, hay días en los que tengo serias dudas sobre la dimensión en la que vivo.

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Me entran unos cuantos comentarios y likes por Facebook e Instagram y cojo también el móvil. Hace tiempo que, en realidad, vivimos y nos relacionamos más en las pantallas que en nuestras casas. Antes estas redes te decían que deberías responder a tus «amigos»; ahora leo que debería responder a mis «fans». Las palabras crean realidades. Escucho y veo con preocupación a personas de otros países que viajan a Ucrania o a las fronteras para retransmitir lo que allí está pasando. No son soldados, no son periodistas ni fotoperiodistas ¿Qué son y qué están haciendo en medio de una guerra? ¿Ganar seguidores, likes, notoriedad, fans?

La tostadora salta. No la miro. Estoy viendo un gato ucraniano que al parecer es muy famoso y que ahora es otro refugiado de guerra. No puedo creerme que esté viendo vídeos de un gato. Pero sí. Abro la nevera y cojo el aguacate porque estoy en modo automático mientras sigo enganchada con la tablet y el móvil. Estos días me planteo que esas películas o bioficciones de nuestras vidas en las redes sociales se mezclan con el gato que huye, con la niña que canta desde un refugio la misma canción de Frozen que mi sobrina y con el soldado que hace coreografías en el frente en vídeos musicales que graba para su hija pero que han enganchado a miles de seguidores en todo el mundo.

Estamos convirtiendo la guerra en un escenario de videoclip que vemos junto a las fotos de los amigos en redes o el capítulo de la serie favorita

A casi todos ellos los descubrí en las noticias. Los informativos ya no son como antes. Ahora ves a personas como tú, incluso mascotas, haciendo cosas... ¿peculiares? El gato, la niña, el militar que baila o el presidente que cuelga vídeos a ritmo trepidante. Algunos expertos hablan de la primera guerra en Tiktok y de las implicaciones que pueden tener esta inmediatez, tanto bulo, tanta espectacularización del sufrimiento y la guerra.

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Muchos de los vídeos y fotografías que veo últimamente son un mero y triste grito de «¡yo estoy aquí!». Una sencilla necesidad de ser vistos. El «aquí» es una guerra. El «yo» es el de influencers; o el de personas hasta ahora desconocidas, en Instagram o TikTok haciendo maletas, explicando que hay bombardeos nocturnos, huyendo o refugiándose en países vecinos e incluso en el nuestro. Intuyo que, por la necesidad constante de tener contenidos de la guerra, de llenar parrillas y feeds, se cuelan ante mis ojos constantemente vídeos que a veces hacen que mi tostada se quede en el aire. Mi boca abierta. Yo en shock.

En nombre de esas nuevas formas de «periodismo de guerra», «periodismo ciudadano» o cualquiera de las nuevas-viejas fórmulas para «profesionalizar» o justificar el consumo de vídeos de usuarios comunes de redes sociales estamos transmitiendo un mensaje peligroso a las generaciones que están ávidas de likes, notoriedad y seguidores. Estamos convirtiendo una guerra en un espectáculo en el que el «yo estoy aquí» de cientos o miles de personas que no tienen mucho más que aportarnos llega antes y nos engancha más que la información crítica, el análisis, la profundidad con la que se supone que se han de abordar los temas graves. Estamos convirtiendo la guerra en un escenario de videoclip que vemos junto a la última película de Rambo, las fotos de los amigos en redes o el capítulo de la serie favorita. Todo junto, mezclado y consumido con prisa. Seguramente con muchos filtros en las imágenes y prácticamente ninguno en el visionado o en la comprensión.

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El plato y la taza están vacíos. Restos de migas, aguacate y café. Deduzco que he desayunado. No me he dado cuenta. Tampoco sé dónde estaban exactamente el gato ni la niña que era como mi sobrina. Tengo prisa. Hay temas urgentes en la facultad. Aunque si finalmente la central nuclear estalla, no habrá más temas urgentes. Pero... ¿dónde estaba la central nuclear?

Al llegar a la universidad una compañera me pregunta si me apetece un café y no recuerdo si me he tomado ya alguno. No recuerdo apenas nada desde que me he despertado. Bueno, sí. Unos vídeos de un gato, una niña cantando por Frozen y un tipo bailando a Nirvana...

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Ya sabes, lo de la guerra de Ucrania.

¡Ah sí, he visto algo en TikTok!

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