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La turrada

JULIO ARMAS

Sábado, 2 de marzo 2019, 18:37

Dice el Diccionario de la Real Academia que el verbo turrar viene del verbo torrar, que significa tostar o asar en las brasas. Partiendo de aquí, y abandonándonos en los confortables brazos de nuestro idioma castellano, se abre ante nosotros un mar de posibilidades lingüísticas entre académicas y populares. Turrar: tostar en las brasas. Turrada: latazo. Torrar: poner algo a la lumbre hasta que tome color. Torra: tercera persona del indicativo del verbo torrar. Dar el turre: dar la tabarra. Dar la brasa: molestar. En resumen que, visto lo visto, no vamos muy desencaminados cuando decimos que en este totum revolutum no andan muy lejos de significar lo mismo: Torra, que turra, que da la brasa, qué turrada, qué pesadez, qué martirio, qué matraca o qué aburrimiento.

Ya ha empezado el juicio, ya se oyen los claros clarines, la justicia se anuncia con vivo reflejo. Ya llegan, oro y hierro, los letrados con sus maletines. Buena nos espera. Y además, y para más INRI, el juicio a los independentistas nos lo retransmiten en directo, como el Gran Hermano. Cada día una noticia más, cada día una menos. Una, más o menos, cada día. Culpables dirán los más, inocentes dirán los menos. La Justicia hablará en su momento pero, hasta que eso llegue, todos los días tendremos la misma canción. Y seguirán llamando presos políticos a los políticos presos y exiliados a los fugitivos y hablarán de los inexistentes mil y pico heridos en el referendo ilegal y reclamarán mantener ese diálogo a una voz que es a lo que ellos llaman dialogar.

Todos los días. Durante meses. Buena nos espera. Ese juicio del triunfo de la democracia y del derecho, que se convierte en el juicio de la vergüenza en boca del congresista Tardá, con quien, en esta ocasión y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo. Sí, Tardá, yo también creo que es el juicio de la vergüenza... de la poca vergüenza que tuvisteis para hacer lo que hicisteis, pero... a lo hecho pecho, majete. Ya se oyen los claros clarines. Ya ha empezado el juicio que cada día llorará lágrimas de sonrojo sobre las páginas de nuestra historia.

Ahora ya no hay que pensar cómo se ha podido llegar a esto. Ahora ha llegado el momento de aplicar el ungüento de la Ley a las heridas que este prucés ha dejado en el cuerpo de nuestra democracia. Los hoy enjuiciados han cometido muchos errores, pero no ha sido eso lo más grave de todo lo ocurrido, lo peor, lo lamentable, ha sido esa permanente actitud de perseverar en el error sin hacer caso de las voces que cada día les avisaban del descalabro.

Las «Mocedades del Cid» es una obra teatral de carácter histórico legendario que fue escrita por Guillén de Castro allá por el año 1610 y que fue inspirada en el ciclo de romances sobre El Cid. En ella se cuenta cómo El Cid, tras ser nombrado caballero por el rey Fernando I de Castilla, queda enamorado de doña Jimena. Y resulta que, por esas cosas que pasan entre las familias, un día el conde Lozano, que era el padre de doña Jimena, le sacudió una deshonrosa bofetada al bueno de Diego Laínez, a la sazón padre de El Cid, que al verse tan ricamente abofeteado pidió a su hijo Rodrigo que lavara su honor matando a su futuro suegro.

Total, que los amigos del padre de doña Jimena, enterados de que por la bofetada el conde Lozano iba a tener que enfrentarse a El Cid y sabiendo lo brutito que este era, le pidieron que se retractase, que pidiese disculpas y que pelillos a la mar... pero no, para el asombro de todos, no hubo nada que hacer.

Y así hemos llegado a donde quería yo llegar, porque el padre de doña Jimena, instado a pedir perdón por sus amigos y antes de que don Rodrigo le diera las del pulpo, contestó:

Esta opinión es honrada:

procure siempre acertarla

el honrado y principal;

pero si la acierta mal, .

sostenella, y no enmendalla.

«Advierte bien lo que haces...»

O sea, que él consideraba que llevaba razón pero, aún en el caso de que no llevarla, como él era un honrado y principal, lo que tenía que hacer era insistir en que la llevaba y no enmendar su actitud, ni tan siquiera cuando todos le avisaban aquello de «Advierte bien lo que haces...». Sostenella y no enmendalla. ¿A qué me recordará a mí esta actitud? ¡Qué forma de dar la brasa!, ¡qué matraca!, ¡qué martirio!, ¡qué turrada! Hasta el domingo que viene, si Dios quiere, y ya saben, no tengan miedo.

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