El sector turístico vuelve a erigirse en motor esencial de la economía española, esta vez en un contexto paradójico: por una parte, el repunte de este verano ejemplifica hasta qué punto cunden las ganas de viajar entre los visitantes propios y ajenos, con cifras de ... ocupación que dan por superadas las restricciones de la pandemia; y, por otra, la pujanza de la actividad vacacional subraya tanto la dependencia que el PIB nacional tiene de ella como un estado anímico colectivo proclive a disfrutar del estío lo que se pueda antes de un otoño cuajado de nubarrones por la guerra en Ucrania y la inflación. Durante años, el turismo soportó una injusta estigmatización porque sus características –sol y playa– no parecían tan dignas como la riqueza que generaba. La apuesta de los viajeros extranjeros por España como destino seguro y placentero postpandemia describe la evolución profesionalizada de un sector que trata de mantener su oferta y servicios sin repercutir en el cliente toda la crecida inflacionista, al tiempo que ejerce de revitalizante de una economía que empieza a resentirse ante las incertidumbres reinantes. Lo que constituye un nuevo aviso sobre las limitaciones del país para diversificar su modelo productivo.
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