LOS TRUENOS
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Nos hemos ventilado medio verano, lo que significa que después de este julio insoportable por el mercadeo de sillones ya se escuchan a lo lejos los truenos de septiembre. Yo sólo espero que por lo menos en agosto nos permitan descansar. Si en realidad ... yo lo único que quiero darle al pause y tener un ratito de verano auténtico sin reuniones ni votaciones ni investiduras ni tomaduras de pelo.
Un par de semanas para coleccionar recuerdos, imágenes de las que poder nutrirme luego cuando los días se llenen de nubarrones y las noches aparezcan a las cinco de la tarde.
El espectáculo estival está siendo tan grotesco que por lo menos va a servir para evidenciar lo que se viene diciendo desde hace ya algún tiempo, que España vive enfangada en una crisis institucional crónica.
Para los riojanos ha sido doblemente bochornoso, porque lo del convento de la Merced se replicó como un calco en el Congreso de los Diputados; ha sido como esos remakes que hace Hollywood de las películas europeas.
Sus seño+rías han cogido las maletas y se han ido de vacaciones para volver a marear la perdiz en cuanto comience el curso: investidura, temporada 2. Ha sido la primera vez que asistíamos a una negociación en directo, con ofertas y reproches desde la tribuna de oradores del Congreso.
Era como ver uno de esos reality shows llenos de conflictos con concursantes claramente incompatibles y al borde de la enfermedad mental seleccionados a posta por el equipo de casting.
En medio de este sainete hemos alunizado en agosto dandole la razón al último barómetro del CIS: el 32,1 por ciento de los ciudadanos considera a los partidos y a los políticos en general como el segundo mayor problema que afecta a España, sólo por detrás del paro; este es el sonido de los truenos, la tormenta de septiembre es inminente pero aún me queda tiempo para gandulear, reírme con los amigos, sacudir las sandalias para quitarles la arena, tomar algo en una terraza y sentirme parte de alguna escena de las que describe Marcos Ordóñez en su libro 'Una cierta edad': «Y de repente miraba a lo alto, con la mano a guisa de visera, y había tanto silencio que se oía el crujido repentino del hielo en el vaso del vermú».
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