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Resumiendo mucho, las reacciones ciudadanas en torno a la construcción de la aún flamante estación de tren y su siamesa para autobuses, cuyos trabajos se retrasan según es norma en el canon administrativo logroñés, se dividen en tres categorías.
1. «Este proyecto megalómano es ... un derroche y un despropósito. A cuenta de qué necesita Logroño un mamotreto de estas dimensiones: total, para cuatro trenes que pasan». Dictamen que cuenta, en efecto, con el aval del menguado tráfico ferroviario. (Nota: suele ser la postura que defienden los críticos con el equipo de Gobierno local, del PP). Objeción a semejante tesis: que no vale como argumento para justificar un reproche semejante hacia los autobuses, sector del transporte que goza de una envidiable buena salud. Y que en consecuencia el día de mañana tal vez añoraríamos disponer de la estación que hoy se alza y se critica.
2. «Ya era hora de que Logroño contara con una estación de tren digna de tal nombre y no digamos de otra de autobuses, porque la actual es una ruina y además el soterramiento ha liberado un espacio por donde se puede atisbar la ciudad del futuro y Logroño ascenderá a la Champions de infraestructuras patrias». (Nota: éste suele ser el punto de vista de los fans del equipo de Gobierno local, del PP). Objeción, en forma de interrogante: vale, de acuerdo, ¿pero era necesario allegar una partida de euros tan cuantiosa para, total, esa estación de tren sin trenes y una de autobuses que igual podía haber salido más barata y dar el mismo servicio? Y más preguntas: ¿qué se ha hecho del proyecto de soterramiento en su conjunto? ¿Llegará algún día hasta El Cubo o Los Lirios? ¿O el soterramiento era (sólo) esto?
3. El punto de vista que preconiza el sector más templado de la sociedad logroñesa, tal vez minoritaria, visto el histerismo que domina el debate público, así en Logroño como en el resto de España. Que dispone de unas cuantas coartadas para aceptar la estación ferroviaria: no hay que descartar que en la próxima glaciación llegue a La Rioja la anunciada alta velocidad férrea y por lo tanto habrá que estar preparados. Además, ya está construida. Toda disquisición sobre lo que pudo haber sido y no fue nos abandona a la melancolía y la frustración. Y otro tanto puede decirse de su hermana pequeña: se pudo haber apostado, desde luego, por un espacio más contenido pero a costa de ir contra la lógica actual en materia de arquitectura y de arquitectos, propensa al exceso, y este tipo de infraestructuras debe verse con perspectiva. Por ejemplo, la vieja estación de autobús se ha ido amortizando con el paso del tiempo y otro tanto se supone que sucederá con la nueva, cuando deje de tronar la polémica ciudadana que trepa hasta su cúpula. Añádase otro factor decisivo para asumir el coste, tan exagerado como inevitable, del proyecto. Que lo abonan entre varias administraciones, así que al contribuyente logroñés no se le exige una derrama excesiva. Y el elemento central: para una obra de cierta envergadura que se ejecuta en Logroño, por favor, no nos pongamos tan estupendos.
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