No he podido evitar la tristeza en la celebración del día de la Mujer Trabajadora imaginando a miles de mujeres huyendo de un dolor tan extremo como nunca imaginaron, porque las guerras siempre creemos que ocurren lejos, muy lejos de nosotros. Esta, iniciada por Putin ... en Ucrania, supone el triunfo de esa maldad que cíclicamente se manifiesta a una escala insoportable. Veo a las mujeres rotas de dolor huyendo con ancianos y niños hacia una vida que no es la suya, mientras maldicen el destino que les ha procurado no Rusia, sino el todopoderoso Putin, mientras todos nos preguntamos cómo se para esta guerra.

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El autoritarismo del líder ruso, que tan fervorosos seguidores tiene entre algunos políticos occidentales, bebe del totalitarismo soviético aunque todos los totalitarismos sean iguales. Como dejó escrito Vasili Grossman en Vida y Destino, ningún totalitarismo puede renunciar a la violencia porque si lo hiciera perecería. La violencia, ya sea directa, como la que sufre Ucrania, o enmascarada, como la padecida por los propios rusos, es su esencia. Putin ya ha demostrado su frialdad exterminando disidentes envenenados, asesinados o encarcelados. Recordemos a Anna Politkóvskaya. Criticó a Putin en Chechenia y terminó asesinada en el ascensor de su casa de Moscú. Rodeado de siervos nadie se atreve a disentir no sea que le sirvan un té con polonio radiactivo como hicieron con Alexander Litvinenko y adiós. La prensa rusa tampoco osa contrariarle, el miedo es el instrumento de control más eficaz para sustentar el poder de los tiranos. Desgraciadamente, estos gobernantes moralmente corruptos solo se sienten poderosos contemplando el sufrimiento que causan. El terror origina el horror y una guerra es el punto álgido del mismo. Por eso amo la democracia porque limita el poder de los tiranos. En un país con división de poderes, Putin no hubiera podido declarar esta guerra. Es un corrupto que no se conmueve ante el dolor ajeno. No hay ternura en tanta inhumanidad.

Las mujeres que salen de Ucrania sí conocen la ternura y el valor incluso cuando no pueden contener el llanto ante el horror, ante la angustia de la probable pérdida de los suyos, porque bien saben que en la guerra solo triunfa la muerte. Por eso este año, me han dolido muchas mujeres, muchas madres y muchas abuelas que temen a las guerras incluso viéndolas de lejos. Así que me he desgarrado al imaginarlas mirando al cielo con los ojos hinchados, viendo el hambre y el frío, el humo y sus muertos y ninguna nube de esperanza. Todo lo que hoy tenemos puede desaparecer mañana. Me duele la certeza de que los abrazos de despedida dados con tanto amor como dolor puedan ser el último adiós. No olvidemos a los ucranianos como hemos olvidado a las mujeres de Afganistán gobernadas por talibanes del totalitarismo religioso.

En 1952, Ángela Figuera escribió 'El grito inútil. A los que no quieren escuchar'. Pensé cómo puedes negociar con quien no quiere escuchar, con quien ignora el dolor de las víctimas de su guerra. «¿Es necesario continuar un mundo/en que la sangre más fragante y pura/no vale lo que un litro de petróleo,/y el oro pesa más que la belleza,/y un corazón, un pájaro, una rosa/no tienen la importancia del uranio?». Me hago iguales preguntas que Ángela Figuera, por eso este 8 de marzo no he podido huir de la tristeza.

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